Los géneros en el cine resultan una cosa de lo más curiosa, pues parece que con ellos ponemos unas imaginarias fronteras que limitan la creatividad de los artistas. Cada una de estos apartados tiene su estructura, sus características e incluso su nacionalidad típicas.
Pero de vez en cuando, alguien se atreve a dar el paso y redefinir esos límites. Es el caso de Sal, el debut de Diego Rougier (creador de series de televisión como Casados con hijos) en el largometraje. Y resulta, cuanto menos, interesante.
Está claro que la película surge de dos elementos que fascinan a su director: El género western y el desierto de Atacama. Parecía increíble que a nadie se le hubiese ocurrido antes emplazar una de aquellas películas del oeste en un escenario tan propicio como es el desierto más árido del mundo, pero parece que en Latinoamérica este género no se estila mucho. Partiendo de esta base, el film resulta muy personalista, retrotrayéndonos al cine de género, y tratando de reconstruir un género tan clásico desde una perspectiva más actual.
El caso es que, además de ofrecernos un western, Rougier nos ofrece también una buena muestra de esa subcategoría que es el cine dentro del cine, entrelazando su propia historia con la de su protagonista. De este modo, la película trata de un director que pretende filmar un western en el escenario que ofrecen las salinas desierto de Atacama y los problemas que se va encontrando por el camino. El protagonista, español, es acusado de no haber vivido bastante, pero poco a poco se irá convirtiendo en uno de esos personajes.
En esa diferencia, entre querer rodar un western y vivirlo, van pasando las casi 2 horas que dura la cinta donde podremos apreciar la hermosa fotografía que ofrece el desierto chileno, en la que el director argentino se recrea de una manera ligeramente abusiva y repasaremos todos los hábitos (para bien y para mal) del western y del ‹spaghetti western›.
La película avanza poco a poco, escena a escena, recreándose en su propio movimiento como si de un baile se tratará. Por supuesto, no faltará de nada: ni buenos, ni malos, ni secuaces desalmados, ni secundarios duros pulidos por la arena, ni la ‹femme fatale›, ni duelos, ni traiciones. Nada de nada, todo sea por conservar los clásicos. Todo está meticulosamente cuidado.
Y entre medias, Fele Martínez, un actor con las suficientes tablas como para que consigamos empatizar con él desde el primer momento, un intérprete que nos transmite como debe resultar el desierto de Atacama para cualquiera que no esté habituado a su árido paisaje: Peligroso, pero a la vez atrayente. Duro, pero alentador.
No obstante, llega un punto en el que la película, claramente, dura demasiados minutos para la historia que tiene que contar. Un momento en el que todos sus valores comienzan a hacerse demasiado repetitivos, en el que parece que ya se ha derramado toda la sal sobre la mesa y solo queda tirarla por encima del hombro. La falta de una subtrama narrativa que ayude a descargar un poco la historia principal para dejar que repose en el espectador contribuye a esta idea.
En cualquier caso, lo ingenioso de la propuesta y la nueva visión de un género que parece tan trillado hacen que merezca la pena descubrirla. No en vano la película acumula unos cuantos premios internacionales, como el de Mejor ópera prima en el New York Film Fest o la mejor película en Los Angeles Movie Awards.