Bertrand Bonello (Casa de tolerancia) nos presenta la biografía del modisto y visionario Yves Saint Laurent, un biopic no hecho al uso donde no se enaltece la figura del reputado diseñador, sino que se le presenta con sus virtudes y sus defectos, todo envuelto por un mundo entre la fantasía y la realidad, entre la colorida perfección de sus creaciones y la turbia y mórbida vida personal que desarrolló, en la que se rodeó de los personajes más variopintos y singulares. Esta es la vida de ‘Saint Laurent’ en los ojos de Bonello.
Lo primero que llama la atención, y no podía ser de otra manera, son los diseños, la escenografía, ese mundo de color que rodea al Yves diseñador, una colección de texturas, tejidos y patrones que enaltece su imagen y que se enfrenta a la cruda realidad que le rodea, una realidad llena de dolor y sufrimiento, de guerras y masacres, de serpientes llenas de veneno, de noticias nefastas que hunden la moral de la sociedad. Pero en el taller de Yves Saint Laurent eso no existe, lo importante es sacar a tiempo las nuevas colecciones y vivir en una burbuja de perfecta belleza y noches sin fin. Y así es tal y como nos narra Bonello la primera parte de esta truculenta vida, llena de frivolidad y superficialidad que, al contrario de lo que cabría pensar, no encuentran su reflejo en sus diseños, en los vestidos que con tanto mimo realizaba para engrandecer la figura de la mujer, esa gran aliada en su vida, presentes en todo momento. Pero todo zenit tiene su declive, que se torna gris y apagado.
Efectivamente, en su segundo tramo, Saint Laurent cae en un mundo de depravación y perdición que le lleva a dar la mano a sus más oscuros deseos. La lujuria y las ensoñaciones se apoderan de su vida, una vida infeliz e insatisfactoria que encuentra su salvación (o no) en la figura de Jacques des Bascher. En este segundo tramo, la historia pierde fuelle, queda ligeramente lastrado por un ritmo irregular, llena de saltos temporales que, si bien necesarios, demasiado aletargados. Aún así, Bonello consigue un conjunto biográfico casi perfecto donde aúna belleza e imperfección que no se distinguen por separado. Pero es en este tramo donde la frivolidad de la búsqueda de la belleza perfecta desaparece y humaniza a Yves Saint Laurent, acercándolo a una realidad triste, a una debacle de su propio ser que lo desconecta de su vida laboral. Digno de elogio es el tratamiento de esa caída y el resurgimiento, que llena la pantalla de gran colorido.
Gaspard Ulliel es el encargado de dar vida al diseñador del opio en un trabajo que roza la demencia, una labor “pusilánime” que consigue hacernos creer que estamos ante el propio Yves Saint Laurent. Su rostro y su cuerpo están en perfecta armonía para darnos un ejemplo magistral de interpretación. Pero además se rodea de un buen elenco que les hace las veces de coro o de modelos si se prefiere en esa pasarela que es su vida retratada por Bertrand Bonello.