Tras una cita con el médico para comprobar si existe el riesgo de padecer una vieja enfermedad que atenaza a su familia, Erwan descubre una verdad todavía más dolorosa: aquel que durante toda su vida creía que era su padre, realmente no lo es en el sentido biológico. Comienza entonces el desafío de hallar a aquel hombre con el que comparte ADN, una tarea que no resulta nada sencilla dada la avanzada edad que a esas alturas tendrá ya el progenitor. Sin embargo, Erwan cuenta con la inestimable colaboración de su hija Juliette, una mujer de elevado espíritu a la que, igual que su padre, la vida no le ha terminado de conducir por el camino esperado.
Con Sácame de dudas, la directora Carine Tardieu intenta acabar con ciertos prejuicios en temáticas a priori interesantes como la relación padres-hijos, la importancia o no de obtener la verdad a toda costa u otros asuntos sociales como el cuidado de los mayores y los jóvenes parados sin cualificación. Una maraña de temas que la cineasta trata de resolver a golpe de comedia siempre que la ocasión se presenta. El propio argumento de partida ya se ve impregnado de un claro tono cómico pese a que el asunto pueda ostentar cierta solemnidad, pero la sucesión posterior de escenas que completarán las dos horas de metraje no se aleja en absoluto de esta perspectiva. El trabajo de Erwan como desactivador de explosivos, ciertas amistades de Juliette, la forma en la que el protagonista se encuentra con Anna o el misterio que se cierne sobre el padre de esta son algunos de los capítulos que componen el guion de la obra y todos ellos se abordan desde un punto de vista humorístico y poco informal, por más que su trasfondo ostente connotaciones no del todo amigables.
En línea con esa actitud de chascarrillo que Sácame de dudas muestra en la mayor parte de su metraje, la cinta también posee un evidente espíritu buenrollista. Aunque este adjetivo suele utilizarse en tono peyorativo, muestra de la escasa profundidad de una obra o de su predilección por un discurso almibarado, en este caso se trata más de una virtud que de un pecado. De haber perseguido la película un relato serio, es muy probable que el resultado hubiese devenido en fracaso, ya que el planteamiento inicial invita más a analizar las cuestiones planteadas a modo desenfadado que tratando de abrir directamente un debate sobre el contenido del guion. El perfil de los protagonistas contribuye a reforzar la idea; en este sentido, se puede decir que ambos intérpretes clavan sus registros habituales. François Damiens, al que hemos visto en cintas como La delicadeza, mantiene una actitud bonachona que contrasta con su aspecto físico. Cécile De France, por su parte, encarna con garantías el rol de mujer racional y preocupada por temas sociales.
El problema de Sácame de dudas es que, una vez finalizada la obra, es fácil pensar que el film realmente se queda en muy poca cosa. Sí, es una película amena de ver y narrada con corazón, pero su calado en aquellas temáticas que trata se reduce al mínimo. Además, no resultan del todo creíble ciertas cosas que suceden en forma de encuentros casuales o exageración de personalidades, entre otras secuencias que inicialmente pueden aceptarse por el mencionado tono poco serio de la obra pero que, aun considerando esta circunstancia, terminan por alejar en exceso a la película de su núcleo temático. Con todo, no se puede negar que Tardieu en verdad consigue componer una comedia que cumple con bastantes de sus objetivos, esencialmente basados en contar cosas profundas y apegadas a la realidad social desde una perspectiva bastante más relajada.