Presentada en la Sección Oficial del Festival de Cine de Animación de Annecy (el mejor escaparate posible para cualquier proyecto del género), Sabogal constituye el primer acercamiento de Juan José Lozano y Sergio Mejía a la ficción animada. El primero había caracterizado su carrera cinematográfica destacando en el género documental (más concretamente en la defensa de los derechos humanos), habiendo sido reconocido especialmente por sus dos últimos trabajos (varios premios y participaciones en numerosos festivales con Témoin indésirable (2008) y Impunity (2009)). El segundo recibió varios premios por su cortometraje animado Animalario (2012).
La contextualización es necesaria porque en Sabogal, aún a pesar de su condición de thriller político animado, existe un peso notorio de los meandros narrativos del documental. El film colombiano se presenta como una dolorosa bofetada a la historia reciente de un país que le ha dado la mano al horror y la crueldad en su lucha contra las guerrillas armadas de las FARC. Nos introduce en un momento histórico preciso (finales de 1990) y en el seno de una investigación policial para resolver el asesinato de Jaime Garzón, icono colombiano y mediador de paz para liberar secuestrados de las FARC.
Desde el punto de vista de Fernando Sabogal, coprotagonista del film (junto a una Colombia que se derrumba), los directores Mejía y Lozano nos introducen en un escenario trufado de corrupción, de falsos testigos, de continua violación de los derechos humanos. El abogado Sabogal persigue la verdad, pero comienza a comprender que nadie es quién aparenta ser y que su investigación deja tras de sí un inquietante rastro de asesinatos, secuestros y violencia. Decidido a marcharse del país hasta que las tensiones palidezcan, el día antes de su partida recibe la noticia del asesinato de Jaime Garzón.
A nivel narrativo, Sabogal padece de querer abarcar demasiados conflictos sin profundizar equitativamente en ellos. El proceso judicial, la historia moderna colombiana y su pasado, el thriller de tintes neo-noir o las turbulencias amorosas (femme fatale incluida) del abogado Sabogal son algunos de los temas recurrentes del film, algunos de ellos tratados con cierta torpeza. Cuando estamos perplejos ante el horror de la violación de derechos humanos o la crudeza de los guerrilleros de las FARC, resquebrajan el ritmo de la película intercalando una escena de seducción o una llamada de la mujer de Sabogal (ya exiliada), durante la cual el abogado le pide su retorno.
Esta falta de profundidad puede deberse en cierta manera a que la concepción inicial de Sabogal era la de una serie de televisión (que existe, por cierto), es decir, un formato que permite una mayor extensión de la historia y una mayor profundización en los personajes y en las subtramas. El film colombiano funcionaría, pues, como una suerte de spin-off de aquella serie y es en este contexto dónde encontramos una de sus mayores flaquezas: la narración no acaba de ser fluida, va dando tumbos de forma excesivamente fragmentada entre las piezas del puzzle jurídico-amoroso y se percibe cierto estancamiento general, como si echáramos en falta alguna cosa necesaria para que Sabogal consiga alzar el vuelo.
Aunque esta primera incursión en el cine de animación de ambos directores está plagada de buenas intenciones, cabe mencionar que su puesta en escena, aún erigiéndose como una de las más modernas y arriesgadas del panorama cinematográfico colombiano, puede provocar cierto rechazo por parte del espectador. Por lo que sabemos, es la primera vez que en América Latina se trabaja con la tecnología de la captura de movimiento facial, de movimiento corporal y de captación de la voz, por lo que suponemos que el proyecto tiene mucho de aprendizaje, pero poca fluidez en el diseño de personajes y cierta sensación de acartonamiento de los decorados. Quizá lo más reseñable en el apartado formal es la introducción de material de archivo que se combina a la perfección con el relato, introduciéndolo en las televisiones del relato ficticio, y dónde varios testimonios relatan la corrupción jurídica del país y su marginación, con un deje de horror nada despreciable para el espectador.
En suma, Sabogal tiene valores de sobra para satisfacer las demandas de su público potencial. La memoria histórica, la denuncia de la violación de derechos civiles, la corrupción política o el constante conflicto con la banda armada de las FARC son materiales con los que es difícil dejar indiferente. Y el largometraje de animación colombiano no deja indiferente, para bien o para mal: su poco ortodoxa puesta en escena y su discurso deslavazado pueden echar para atrás a más de uno, pero también pueden fascinar a muchos otros. Su principal referencia, según Mejía y Lozano, es el maravilloso largometraje de animación de Ari Folman, Vals con Bashir, una obra de visionado obligado para los amantes del género (y para la cinefilia en general). Con una fuente de inspiración semejante, a ver quién es el curioso que no se acerca a Sabogal. Aunque eso ya queda en vuestras manos.