Si algo estandariza el cine de Ryûhei Kitamura es la enérgica sensación que dejan todos y cada uno de sus proyectos, con un estilo urdido bajo el vigor de la inventiva visual y el desenfreno de unas tramas atadas a un ritmo sometido a las aristas de la intensidad narrativa. Evidente en algunos de sus más conocidos trabajos, si uno explora los orígenes del director japonés se encontrará con este Down to Hell, asimilado hoy como una precuela de su popular Versus aunque descartando el interés que el director pudiera pretender en lo que a continuación argumental se refiere, sería más justo el enfocar este mediometraje de 45 minutos como una versión beta de aquella. Proyecto germen y génesis de algunas de las ideas artísticas que en su posterior largometraje se tratara, Down To Hell se promulga como un campo de práctica, un arraigo por estabilizar una concepción de la adrenalina que posteriormente categorizaría su cine y donde se perciben las ansias del nervio artístico del hombre detrás de la cámara. Se cuenta la historia de cuatro pandilleros que se dedican a raptar personas anónimas en la calle para llevarlos a un bosque aislado y proponerles un cruento juego: la víctima debe decidir entre intentar huir, asesinar a sus ahora enemigos o ser cruelmente ejecutado.
Como si un émulo de la recurrida caza al hombre de El malvado Zaroff se tratara, diatriba releída en unas cuantas ocasiones a lo largo de los años, Kitamura ejecuta la historia sin esconder un amateurismo exacerbado, pero dejando claras sus pretensiones: la inclusión de cierto desequilibrio de caracteres, con las insanas intenciones de un grupo de jóvenes criminales del homicidio gratuito y su filia hacia lo psicopático, elemento anexo a las filias de Kitamura por el género, donde aquí se dará cierto vuelco conceptual cuando los personajes inmersos descubran que no están solos: el bosque cobra vida de manera fantasmagórica y hará que el elemento sobrenatural inicie un propio juego macabro hacia los antes malhechores, reconvertidos en víctimas de un ente abstracto al más puro estilo Posesión Infernal (a la que Kitamura referencia de forma evidente en precisos momentos), ya catapultándose en este punto hacia una predisposición al horror y regalando algunos de los momentos más estelares de este pequeño trabajo de principiante. A pesar de esa escasez de medios se consigue frescura en su tonalidad de cine de guerrilla, horror de aroma indie donde tiene cabida la falta de ataduras del cineasta principiante en sus escarceos por las ramas más viscerales del género. Esto se demostrará de manera muy clara cuando Kitamura no ponga freno a los efluvios por el gore grotesco, aquí funcionando como estallidos de violencia ante la naturalidad hacia el frenesí del propio mediometraje.
Kitamura aboga por la escasez del diálogo ponderando el estilo hacia la acción; una cinemática alocada presagia de manera clara algunos de los conceptos visuales de Versus, y también temáticos, ya que en la cinta que nos ocupa se requiere de una asimilación mucho más ambigua del elemento malvado. Siendo un proyecto que funciona solo como ejercicio arqueológico de un director ya sobradamente consagrado, si se pasan las barreras del limitado empaque visual, fruto de la escasez de medios, se puede entender este Down To Hell como la génesis de un lenguaje hacia el género muy particular, propio de la intensidad nipona hacia las iconografías más salvajes del mismo, que en lo que a Kitamura se refiere se llegará a extremismo más evidente en la continuación espiritual en forma de largometraje. Teniendo clara la idea de ampliación retroactiva del universo de Versus, Down To Hell supone un ejercicio de estilo rescatable, que aportará una idea muy cercana a los desenfrenos propios de uno de los más interesantes realizadores del panorama oriental actual.