El pasado viernes 25 de Octubre, Sean Ellis aterrizó en Madrid, y más concretamente en los Cines Princesa, para presentar su última y multipremiada película, Metro Manila. Tras el pase de prensa, ofreció una Round Table de casi una hora a los medios presentes, en la que hizo gala de su carisma y peculiar humor inglés. Siempre sonriente y bromista, reveló todo tipo de dificultades y aventuras a las que un director debe someterse cuando se embarca a filmar en un país ajeno. En este caso, Filipinas.
La primera pregunta, a modo introductorio, correspondió a la concepción de la historia de esta película por parte del realizador británico, que se recreó con holgura en su respuesta: «Hice un viaje en el año 2.007 y sentí un choque cultural enorme. Lo noté en la energía, en las vibraciones. Sentí que era una ciudad muy peligrosa. Vi por la calle a dos tipos discutir en un camión blindado. Cuando llegué a casa, pensé que tenía que entender lo que acababa de ver. Ese fue el punto de partida. […] Cómo crear un personaje que genera empatía y a la vez percibas que está siendo chantajeado. Quería hacer una película sobre un robo que supusiera un sacrificio máximo y único, algo que nunca había visto en ninguna película anterior. […] Hice llamadas a las empresas de furgones blindados para entender cómo trabajaban».
Seguidamente, se encaminó a explicar cómo surgió la elección de los actores y su trabajo con ellos: «Mi contacto en Filipinas, que me ayudó mucho en la producción ejecutiva de la película, me presentó a Jake, el actor protagonista. Althea Vega (actriz protagonista) es la Paris Hilton de Filipinas. […] Mi contacto nos facilitó los cascos y los trajes, que tuvimos que retocar para el rodaje. Tuvimos que hacer más azules los cascos. […] Jake es actor de teatro y conoce a todos los actores de Filipinas. Desayuné con ambos y, de repente, vi que Althea, que estaba delante mía, me acababa de mandar un mensaje al móvil diciéndome que Jake haría muy bien de Oscar. […] Le rodé un poco con la cámara y Jake se convirtió en Oscar. Jake es profesor de artes escénicas para niños».
Así mismo, contaba que la niña protagonista era muy profesional, hasta tal punto de recordar todos los diálogos de memoria: «Cuando me acerqué a la niña, le pregunté: ¿te sabes los diálogos? Y ella respondió: ¿de qué personaje?. […] Cuando alguno de los actores se olvidaba de su texto, acudíamos a ella para que se lo recordara».
En su aspecto más estético, Cashback y The Broken, sus anteriores títulos, apuestan por lo fantástico para reflexionar sobre el romance y el terror psicológico. Ahora se decanta por el realismo y el crimen. ¿Cómo ha sido ese proceso de cambio?
«Hacer una película es como una aventura amorosa. Hay algo de lo que te enamoras y te obsesiona. No me gustaría estar siempre enamorado de la misma persona o película. El elemento común es la obsesión. Si no existe esa obsesión, esto se convierte en un simple trabajo. Hay formas mejores de ganar dinero. Yo, desde luego, no hago mucho haciendo cine».
Desde el punto de vista técnico y logístico, fue preguntado por su experiencia al rodar en Manila. Respondió lo siguiente: «Rodar en Manila ha sido como un parto: largo, duro, difícil, con momentos tensos. Y al igual que cuando tienes hijos, luego los ves crecer, van al colegio, te preocupas por saber con quién se van a relacionar».
En lo referido a la creación del guión, Sean Ellis explica su fidelidad en la película ante un caso verídico: «La historia de Oscar se inspira en la vida real de Reginald Chua, que también vivió en Manila. Trabajaba en la fábrica de seda de su padre. Les robaron y coartaron y los culpables quedaron impunes. Ante la desesperación y la falta de dinero, subió a un avión, lo secuestró y trató de asaltarlo, robando el dinero a los pasajeros. […] Leí la historia en un artículo de periódico».
Él mismo también ha sido el director de fotografía de la película. ¿Estaba tan seguro de su control autoral sobre el guión o barajó a otros directores de fotografía previamente?
«Hice de director de fotografía porque no había dinero. El productor y yo hicimos división de trabajo. Solo nosotros y unos pocos más podíamos llegar a Filipinas. Se me encargó ser operador de cámara, iluminador, técnico de luces, cinematógrafo, steady-cam y técnico de sonido. Hice el trabajo de 10 personas para evitar que el presupuesto se duplicara. […] Manila es una ciudad de tonalidad gris. Tuve que rodar algunos exteriores con filtros chocolate para crear imagen de calor. […] Me acostumbré a llevar tres camisetas porque algunos días hacían 48º C y podía escurrir el sudor que las cubría. […] No se si me siento feliz y orgulloso, pero lo que tengo claro es que no volvería a hacer tal esfuerzo físico».
Cuenta, a su vez, con cierta ironía que vieron a unos niños apaleando a unos gatos pequeños y los que eran europeos se aterrorizaron. No entendían por qué estaban haciendo eso, y dicha escena la incluyó en la película sin estar previamente en el guión. Los cuidaron y les dieron cobertura médica. De hecho, les llegaron a llamar el «grupo de defensa de los gatos».
Dentro de los últimos apuntes de interés que dio de sí el encuentro, explicó que «el rodaje duró 38 días pero la posproducción fue mucho más larga. El montaje duró nueve meses porque el montador y yo no hablábamos tagalo, la lengua nativa en Filipinas». A pesar de ello, asegura haber quedado muy contento con el resultado.