No se puede negar que Sebastián Silva hace de Rotting in the Sun una cuestión de mirada, incluso de cierto autoanálisis no exento de pretensión sarcástica sobre él mismo y el mundillo que le rodea. Un examen sobre el circo audiovisual y su estilo de vida al mismo tiempo que una flagelación por formar parte de ello, tener una vida cómoda al respecto y al mismo tiempo sentirse sucio y vacío por no confrontar dicho esperpento.
Sin embargo, aunque la intención es clara, el tono nunca acaba de cuadrar del todo. ¿Qué papel se otorga Silva? ¿Víctima o colaborador necesario? En este sentido hay una extraña combinación de ira y rabia contra todo y todos. Contra productores, ‹youtubers›, círculos del “moderneo” artístico, un mundo homosexual basado solo en sexo casual y drogas pero también contra el mismo al reconocer su mirada sesgada hacia los de abajo, hacia una sirvienta que constantemente le recuerda por ‹status› que vive en una burbuja. El problema radica en que esta mirada, esta ira, también viene acompañada de una autoindulgencia manifiesta. No hay una asunción de culpa sino más bien una actitud infantil que grita que la culpa siempre es de lo demás.
Y precisamente, a través de un giro bastante inesperado, la culpa copa toda la segunda mitad del metraje. El foco cambia de personaje y el mismo mundo pasa a través del filtro de la sirvienta doméstica. El drama psicosocial se transforma en una suerte de thriller “hitchcockiano” que subvierte el concepto del falso culpable: si en las películas del director inglés encontramos a personajes atosigados por una culpa que no es suya, aquí hay una huida, casi interior, de alguien atormentado por un hecho accidental y una mala decisión cuando absolutamente casi nadie la acusa de nada.
Esto sería a grandes rasgos lo que ofrece Rotting in The Sun, aunque el giro, en realidad, no deja de ser un resorte para activar un juego de espejos disfrazados de géneros distintos. De hecho, el díptico en apariencia no es sino siempre la misma película. Dos personajes diferentes, casi opuestos, que nos retratan a través de su visión el mundo que comparten llegando a una conclusión parecida desde ángulos opuestos que no es otra que la idea de co-existir en un lugar, con una gente poco menos que miserable, capaz de arruinar vidas con su mera existencia, con su superficialidad.
Estamos ante un film, eso sí, innegablemente asfixiante, generador de malestar constante y de sufrida incomodidad. Con una cámara que parece reflejar el estado de sus protagonistas con un movimiento nada fluido, nervioso, aberrante. Es por ello por lo que la idea se transmite con eficacia. No obstante, a pesar de su multitud de buenas ideas temáticas y formales, Rotting in the Sun se siente más como un producto que se convierte en aquello que quiere criticar, un ejercicio estilístico algo vacuo y tocado por la necesidad de recrear un ‹ego trip› que tiene más que ver con una pose autoral que con una crítica sincera. Un acto que parece más de contrición que de expiación.