En la primera película dirigida por el actor Roschdy Zem —Mala fe (2006)—, también pudimos verle protagonizándola junto a la belga Cécile De France. Su ópera prima fue una comedia romántica que llegó a estar nominada a Mejor ópera prima en los Premios César; en cambio, su segundo trabajo detrás de las cámaras (al cien por cien) estuvo rodeado de seriedad y crítica hacia la justicia ciega, en un relato que recuerda (visto ahora) a documentales como Making a Murderer, en esta ocasión también basado en hechos reales. El estreno la semana pasada del último film de Zem —tras Bodybuilder en 2014— parece confirmar esta alternancia donde la comedia da paso al drama y en el drama él no aparece como actor.
Omar m’a tuer (2011) se basa en el libro Omar. La construction d’un coupable, de Jean-Marie Rouart, quien lo escribió tras conocer el desenlace del juicio contra Omar Raddad, un caso famoso en Francia porque en 1991 la asesinada, supuestamente, escribió en la pared, con su propia sangre, Omar m’a tuer (Omar me mató), pero en cuya escena del crimen no se encontraron datos concluyentes sobre la identidad del asesino, aunque la falta de datos y de pruebas consistentes fueron suficientes para condenar a Omar, jardinero empleado en ese momento por la víctima, a prisión por 18 años, culpable de asesinato.
Al igual que ocurre en Making a Murderer, hay quien puede ver en Omar m’a tuer (o en el libro en que se basa) la idea de que ha sido realizado desde un punto de vista claramente partidista, que, en el fondo, podría estar tratando de manipular a la opinión pública. Aun así, la clave sigue estando en las pruebas, y muchas veces es la propia minuciosidad con que se cuentan los detalles de un caso la que genera en el espectador un deseo por conocer la verdad y la decisión de tomar partido por un culpable aparentemente inocente (o viceversa). La diferencia entre este largometraje de ficción y aquel documental radica, claro, en que su ficción o manipulación puede quedar más clara y no sabemos hasta qué punto se lleva a cabo, mientras que en el extremo más realista uno tampoco puede saberlo, pero intenta intuirlo, hasta el punto de desear, en cierto modo, que ojalá ese pobre desgraciado fuera culpable de verdad por la injusticia por la que estaría pasando de ser un hombre inocente (una vez más).
A pesar de todo, más allá de la veracidad detrás de los hechos reales, tras la sobriedad de Omar m’a tuer se esconde la crítica a un sistema que trata de buscar culpables en lugar de buscar respuestas a las preguntas que deberían llevar al verdadero culpable, como si ahí radicara la justicia en primer y último término. Un tema demasiado complicado e interesante como para siempre generar interés, a poco que la cinta esté bien contada, tal y como ocurre en la segunda obra de Roschdy Zem. Su mayor acierto se encuentra al recrear las vivencias de Omar durante la investigación y después del juicio, donde vemos a un hombre que no entiende nada de lo que le dicen ni de qué le acusan, porque ni siquiera sabe hablar francés, ni leerlo ni escribirlo, y cómo evoluciona durante los años siguientes en sus intentos por demostrar su inocencia dentro de la cárcel. Lo normal es que sin dinero te quedes sin suerte, pero a veces basta con las influencias de un escritor famoso.