Hace varios años vi una película japonesa bastante lamentable que se titulaba My Darling Is a Foreigner. En ella se trataba el choque cultural que suponía, desde el punto de vista —autobiográfico— de una japonesa, convivir con su pareja occidental en el Japón actual. No tengo ni idea de cómo se resolverían esas situaciones en el manga de Saori Oguri, pero su traslado a la pantalla es de las cosas más sosas que se puede uno encontrar no sólo en la comedia romántica, también en cualquier otro género existente; sobre todo a la hora de representar las diferencias y similitudes que, en otra mente u otras manos, podrían haber sido mucho más cómicas o dramáticas (y eso sin añadir al actor norteamericano que hace de marido a la lista de puntos negativos).
Ahora es el turno de Romance en Tokyo, la versión cinematográfica de la novela autobiográfica de Amélie Nothomb (Ni de Eva ni de Adán). En ella se trata el choque cultural que supone, desde el punto de vista de una belga nacida en Japón (donde la protagonista estuvo viviendo los primeros cinco años de su vida), tener una pareja asiática en el Japón actual, aunque yendo unos pasos más allá al intentar recrear, un poco de pasada, otros sentimientos que vienen de estar solo, pero dejando claro que lo que le interesa es esa búsqueda personal que deriva en el encuentro del amor y su descubrimiento. Así, la comicidad inicial, bastante convencional, se encamina hacia el romance y la película va mejorando con el paso de los minutos; cada vez menos encorsetada en intentar dar a conocer la personalidad de la protagonista y su entorno, y más centrada en la observación interior y las contradicciones propias que el amor genera en uno mismo (que si sí, que si no, etc).
A Romance en Tokyo le sienta bien llegar a ese punto en que parece que se diga que la vida es más compleja que el amor (eso la aleja de comparaciones con la anodina My Darling Is a Foreigner), y que lo peor que puede pasarle al último es que tenga que enfrentarse a la primera, porque tiene las de perder. No hay gravedad en esa lucha (que si la hubiera implicaría ciertas discordancias propias de ser un humano), y se agradece el tono natural y sencillo de la cinta, que parece adecuarse a la opinión que la protagonista tiene de los japoneses, que sienten más de lo que expresan. Por eso es interesante ver cómo se muestra la dependencia, aunque sea a través de una sola escena, y que se aleje de otros relatos que lo único que intentan retratar es esa diferencia cultural en base a Karaokes y a las máquinas de recreativos, algo que llama la atención el primer día y poco más, aunque tampoco se aleja de otros tópicos más comprensibles.
Es un romance biográfico, y como tal, habrá gente que encuentre en él mucho más de lo que ofrece en apariencia, y otros que vean en ella una película de amor común, sólo que con un interesante cambio de escenario y de paisaje. A veces se echa de menos un cierto lirismo y otras veces se siente que es aparatoso, pero en general Romance en Tokyo es una obra bastante concreta en su argumento, que crece en intensidad con prudencia, y que contentará a los amantes del género que alguna vez se hayan podido cuestionar si es suficiente con quererse para seguir juntos, o cualquier otra duda que les haga creer que es hora de romper con la pareja y de seguir con ella al mismo tiempo.