Como en su tercer largometraje, La demora, hay un espacio que se repite de forma nada casual en el último trabajo de Rodrigo Plá y Laura Santullo, El otro Tom: las oficinas de prestaciones a las que recurren sus protagonistas para intentar aliviar en cierto modo un periplo marcado por el día a día que supone lidiar con la enfermedad. Dos secuencias, casi reproducidas de forma idéntica, donde los personajes quedan varados ante una mesa que les separa con su interlocutor, cuya seña de identidad es la misma —parquedad y distancia—, que si bien podrían apuntar fácilmente en una dirección, lo social, más bien apuntalan la procedencia de esos individuos retratados por Plá y Santullo; una procedencia que trasciende a los fines discursivos del cine al que apela la pareja de uruguayos, y que ante todo sirve para trazar cierta conexión con el espectador, comprendiendo así sus problemas, decisiones y conflictos internos desde una óptica mucho más apacible (o menos agresiva, si se prefiere) que se consolida tanto desde una apuesta formal austera, lejos de estridencias y subidas de tono que sólo se vislumbran en momentos de extrema necesidad, como a partir de los matices de un cine sosegado que extrae de esa cualidad una de sus mayores virtudes.
Comprender, no obstante, esas decisiones que comentaba en el párrafo anterior, resulta clave en un film como La demora, que muy posiblemente dará motivos a más de un espectador para rechazar la situación expuesta, pero al fin y al cabo comprensible (de algún modo) desde el prisma de un personaje contra las cuerdas, obligado a lidiar con una realidad que lo engulle por completo y decidido a intentar subsistir pese a que las condiciones para ello parezcan indicar todo lo contrario. Así, el hecho que se plantea en el film de Plá y Santullo —que, si bien aún no estaba acreditada como realizadora, de su puño y letra se desprendían sugestivas decisiones de guión desde las que dar amplitud al proceso creativo de cada largo—, que se podría antojar incomprensible, queda respaldado, además de por la particular disposición de una existencia al límite, por una tan simple como reveladora conversación: aquella que mantienen con el empleado de la oficina, donde se revelan las entrañas y crueldad de un sistema incapaz de empatizar con los individuos que lo alimentan, y provee soluciones tan parciales como discriminatorias en un entorno donde la justicia social termina siendo una mera utopía, dos palabras juntas que no son más que un vacío flagrante y triste ante aquello que deberían respaldar.
La gran capacidad del tándem de cineastas, reside pues en arrojar conclusiones tan clarividentes sin apenas proponérselo, con unas clarificadoras líneas de diálogo que sintetizan la disertación de La demora con una facilidad pasmosa. Y es en esa concisión donde Plá y Santullo obtienen el espacio necesario para desarrollar un componente humano que aleja el relato de un carácter social que hubiese resultado más explicativo, pero desde el cual la sensación de ‹déjà vu›, de vuelta a lo ya conocido, quizá habría dibujado un lienzo mucho menos sugerente. De este modo, esa decisión permite desplegar un marco mucho más idóneo, no solo complementado por esa mundanidad —de hecho, que el conflicto que se le presente a María, la protagonista, en un principio sea subsistir al día a día, lo dice todo— que refleja a través de sus diálogos y las interacciones entre sus personajes, también por una puesta en escena en la que destaca su economía de medios y que se ve potenciada por la notable labor fotográfica de María Secco —de cuyo trabajo hemos disfrutado en otros títulos como La jaula de oro o Te prometo anarquía—.
En definitiva, La demora es la culminación de un estilo que consigue ir más allá de las temáticas y discursivas que pretende abordar, poniendo de relieve una naturaleza que sabe dibujar, con sus defectos y flaquezas, con gran trazo. Todo en un escenario donde destaca la honestidad y transparencia, haciendo de la obra de Plá y Santullo una de esas pequeñas joyas que contrastan por la claridad de sus ideas pero, ante todo, por una dosis de humanidad que se antoja más necesaria que nunca en un mundo cada vez más preso de procedimientos y ordenanzas incapaces de comprenderla como tal.
Larga vida a la nueva carne.