Rocks es el caso paradigmático de hacerse trampa al solitario. Y no solo en una ocasión. Sarah Gavron quiere contarnos una historia con un mensaje muy concreto y no duda en poner todos los trucos disponibles para llegar a su objetivo. ¿Es esto reprochable? La respuesta está en la coherencia. Las trampas de guion son el pan nuestro de cada día y, probablemente, si tuviéramos que hacer enmienda de toda película que las contenga no quedaría títere con cabeza. La clave está en que Rocks pretende ser un film de aires naturalistas, de retrato tanto generacional como con comentario social y ahí, lo mínimo que se puede pedir es que no rehúya el cuerpo a cuerpo, por así decirlo. Si hay que bajar al fango se baja, pero lo que no se puede hacer, en un ejercicio de burda deshonestidad, es lanzarse a una charca y pretender que el barro no te salpique.
Más si tenemos en cuenta que Rocks ya se inicia bajo una premisa improbable (aunque plausible) que la lleva hacia unos derroteros determinados. En el trayecto hacia ese desenlace aparentemente determinado es donde la dirección de Gavron brilla más, tejiendo un retrato próximo de los personajes, de sus valores e inquietudes, sin caer en dramatismos obscenos ni, por el contrario, en una exaltación santificadora de la marginación social.
El tono es pues, tanto en descripción como en aproximación de la cámara, de lo más acertado. Un recorrido que pone sobre el tapete cuestiones como la miseria de los barrios marginales, la educación, la amistad en la adolescencia y los choques multiculturales, a veces enriquecedores, a veces fomento de enfrentamiento. No es que estemos tampoco ante algo nunca visto en cine, y menos dentro del subgénero social, pero se agradece tanto la distancia justa tomada como el “realismo” de lo retratado. No hay alardes formales ni búsqueda lacrimógena. Algo que podría justificar su visionado y dejar la sensación de estar ante un producto más que correcto.
Pero si la primera trampa estaba en la premisa, la última, y quizás la más tendenciosa, está en el desenlace. Hablábamos de vocación casi documental y de coherencia y, como decíamos, se consigue articular un discurso acorde con este tono. Algo que, viendo lo acaecido en pantalla, nos llevaría a un desenlace de tonos más bien oscuros. Pero la idea final es que debe reinar la esperanza a cualquier precio. Repetimos ¿Es esto algo malo ‹per se›? Y la respuesta una vez más es «no». Lo que es reprobable e incluso algo ridículo, es sacarse de la manga un ‹Deus Ex -Machina› buenista simplemente por una necesidad de colocar un ‹happy ending› de consuelo. Algo que no solo resulta incoherente, sino que bordea el ‹product placement› de la felicidad mágica.
Rocks acaba pues por pasar de ser una película más que decente en su aproximación al suburbio y la adolescencia a convertirse en pequeño drama al servicio del concepto Mr. Wonderful, donde no importa lo mal que lo estés pasando y lo problemática que sea la situación ya que, con un día soleado, la sonrisa de un niño y unas canciones con las amigas todo quedará resuelto para mayor gloria de la felicidad del alma y la paz interior. Una auténtica tomadura de pelo.