Presentado en competición en el festival de Annecy de este año, el debut en el largometraje de la animadora valenciana María Trénor, con coproducción española y polaca, me remite en diversos aspectos a su primer cortometraje, ¿Con qué la lavaré?, sobre una idea original de Joaquín Ojeda, quien también participa aquí en el guion; ambas obras centradas en distintas facetas de la contracultura de los 70 y con una intención patente de querer evocarlas no desde la plena comprensión sino desde una cierta fascinación contagiosa sobre algo que se vivió desde la periferia.
Porque Rock Bottom trata concretamente del fenómeno hippie, tan en boga a finales de los 60 e inicios de los 70, y buena parte de la parafernalia que lleva detrás: misticismo ininteligible, ideas sobre el amor libre, una filosofía de vida positiva y despreocupada, y consumo de drogas y alucinógenos como medio de inspiración artística y espiritual. Trénor sitúa la acción y el contexto en la experiencia real del músico Robert Wyatt, hilando sus experiencias pasadas dentro de ese movimiento sociocultural y su tortuosa relación romántica, desde el punto focal del grave accidente que sufrió y le dejó paralítico. De este modo, buena parte de la película se estructura en flashbacks que nos dan a conocer cómo es, qué mueve y qué contradicciones pesan en Wyatt como persona y como parte de una corriente y una forma de vida; manteniéndose la película, en ese sentido, en un limbo entre la mirada embelesada y la revisión crítica, sin ser por completo ninguna de las dos pero permitiéndose poner en perspectiva las debilidades y el atractivo de aquel estilo de vida.
En ese sentido, y acostumbrados a juzgar el pasado desde prismas concretos, ya sea desde la idealización o la condena, creo que hay algo esencialmente valioso en cómo aborda esta película el fenómeno del que habla; porque no se siente atada a uno de esos prismas en concreto y fluye entre la mirada crítica más o menos sutil o directa -en particular, me parece muy interesante cómo retrata a sus protagonistas como turistas privilegiados que predican sobre liberación emocional en una España encerrada en la represión franquista- y la representación fascinada de unas ideas y una mística que no se pretenden entender del todo pero que evocan con fuerza desde el desconcierto. Esto también lleva a que la narrativa se sienta carente de un rumbo concreto, y en particular puede resultar decepcionante si lo que se pretende con ella es elaborar un retrato psicológico coherente, no tanto de Wyatt, sino de la relación central de la cinta; porque hay retazos ahí muy interesantes, pero no creo que ofrezca una exploración lo suficientemente exhaustiva para hilar a nivel emocional las vivencias de la cinta.
En todo caso, hasta qué punto eso supone un problema en una cinta claramente pensada y concebida para resultar difusa y errática en su exploración del tema es muy discutible, y en ese sentido se regresa inevitablemente a esa ausencia de intención concreta y compartimentada que hace de Rock Bottom algo difícil de contener; da la sensación de ser, sobre todo, una exploración libre de esa estética y ese estilo de vida, trayendo diversas perspectivas a ello pero, sobre todo, funcionando desde un plano sensorial, tanto con el peso de la música, ya que esta película puede verse en buena parte como una suerte de concepto visual del álbum que le da título y que proporciona el hilo conductor más claro a todas las vivencias desordenadas que refleja, como con la propia estilización de sus imágenes, que cumple de maravilla en su tarea de generar esas sensaciones y ambientes que acompañan el viaje del protagonista. No es de hecho novedoso, y aquí también me remito a su primer cortometraje, que Trénor saque ventaja de o incluso explote las limitaciones aparentes de su enfoque estilístico y de la animación empleada; en este caso, una rotoscopia que se topa con el eterno problema de transmitir la fluidez natural en el medio animado es el vehículo perfecto para reflejar esas expresiones y gestos aletargados de unos personajes que, en su propia filosofía vital y en su constante coqueteo con las drogas, parecen vivir a unas revoluciones mucho más bajas que todo lo que les rodea.
Rock Bottom no me ha convencido en todos los aspectos y tal vez sí he echado de menos algo de esa concreción que, en teoría, entiendo que no hace falta; o tal vez la conexión que yo tengo con esa subcultura no es tan fascinada como la que tiene la propia directora de inicio y no me permite entrar de una manera tan pura como creo que haría falta para disfrutar de su propuesta al cien por cien. Aún con todo, me parece muy eficaz en lo que intenta, evocadora y, sin duda, una experiencia que logra recrear un pasado y, particularmente, una mirada desprejuiciada sobre el mismo, permitiéndose una complejidad espontánea que siento como un soplo de aire fresco.