Hay dos conceptos que se suelen confundir peligrosamente. La emotividad con el lagrimeo. Puede parecer que son sensaciones consecutivas, o que incluso sacar el lagrimal a pasear es sinónimo de un trabajo bien hecho a la hora de tocar la fibra al personal. Nada más lejos de la realidad, de hecho, lo verdaderamente difícil es conseguir esa dosis de emoción pura, que puede inducir a la lágrima o no, mediante mecanismos que se alejen de determinadas plantillas de sota, caballo y rey.
Precisamente en Robot Dreams, Pablo Berger juega en esta línea de la complejidad en un planteamiento que, aunque pueda parecer paradójico, no lo es tanto. Su apuesta por la sencillez se sustenta básicamente en preocuparse por narrar una historia, sin aditivos, sin artificios ni necesidad de realizar subrayados innecesarios. Es ponernos un mundo, por fantasioso que sea, ante nuestros ojos y plasmar con conceptos básicos emociones universales como la soledad, la búsqueda del confort en el otro, la amistad y el amor. Pero quizás aún más complejo que todo ello sea dibujar la pérdida, la recomposición y la sustitución en lo físico que no en el recuerdo.
Estos sentimientos, llamémosles negativos, son el terreno abonado perfecto para tirar de pornografía dramática. Al fin y al cabo, quién no ha sufrido algo así. Y sin embargo la apuesta es por la naturalidad, por transitar por el duelo a través de la elipsis, del escapismo onírico y conseguir superarlo a través del recuerdo del detalle íntimo, de aquello que verdaderamente daba significado a la relación.
Por eso mismo, aún estando en el marco de una película de animación, Berger apuesta claramente por lo físico, por la mirada, por el detalle íntimo de gestos, lugares y situaciones. No es necesario grandes discursos, ni frases lapidarias. La palabra como elemento ausente dejando como protagonista el poder de la imagen. No en vano, uno puede recordar unas palabras, unas frases, pero siempre quedan enmarcadas en lo verdaderamente importante que no es otra cosa que el lugar, el momento en que fueron pronunciadas.
Y todo ello enmarcado además en una celebración de la diversidad. La elección de personajes y relaciones no es casual, incluso en lo que se refiere al contexto global. Un mundo diverso de especies y de relaciones, donde cualquier tipo de amistad o de relación amorosa no resulta extraña justamente por la naturalidad en que es mostrada. Una vez más Berger no necesita hacer grandes discursos ni hacer de su película un manifiesto. Sencillamente se limita a mostrar la naturalidad, la belleza de relacionarse en cualquier forma posible.
Así pues Robot Dreams funciona prácticamente a todos niveles, emocionando sin alardes, lanzando un mensaje inequívoco sin hacer mítines. Pero sobre todo, poniendo en valor el sentimiento per se, la importancia del tiempo y de la memoria. Y con todo ello consigue realmente lo que se proponía, emocionar desde lo profundo constatando que, incluso en los momentos más tristes, pocas cosas hay más bellas y significativas que amar, en cualquier situación, en cualquier momento, con la mente, con el cuerpo, con el corazón.
«…pocas cosas hay más bellas y significativas que amar», Lascort dixit.
Totalment d’acord.