Robert Guédiguian parece que siempre esté mirando por la ventana las calles de Marsella, pero esta vez se mira el ombligo para hacer una de sus películas más divertidas y consecuentes con lo que había sido y sería posteriormente su cine. Amante, por tanto, de su ciudad natal, del proletariado y las referencias familiares, lleva decenas de años replicando una misma historia siempre llena de matices. Ahora lo hace a través del teatro y Homero en Que la fiesta continúe, pero en ese año que marcaba el inicio y el final de un siglo se puso metacinéfilo con Al ataque.
Sí, Ariane Ascaride y Jean-Pierre Darroussin aparecen en Al ataque, formando parte de una experiencia coral que ve su vida manejada por dos guionistas, Xavier e Yvan. La idea principal de la película es construir una historia para una nueva película. Encerrados en una casa con un pequeño jardín empiezan a imaginar las vidas de una familia marsellesa que regenta un taller mecánico como si fuese el camarote de los hermanos Marx. Hermanos, tíos, sobrinos, bebés, inversores e incluso un joven con ideas de futuro judicial al que llaman “morito” viven encima de un garaje que mantienen a duras penas a pies del puente que corona el pueblo pesquero marsellés de L’Estaque. A partir de aquí construyen y deconstruyen el día a día de estos luchadores mientras deciden sobre banalidades (hay un numero musical con prostitutas bailando que deciden eliminar de la película entre risas) y cuestiones sociales (ahondan la problemática de las deudas monetarias del negocio familiar a partir de una multinacional que decide declararse en quiebra para ser más ricos llevándoselos por delante) mientras adornan la historia con problemáticas típicas de una casa tan concurrida como esta.
Sí, volvemos a Marsella, el proletariado y la familia, pilares indispensables para Guédiguian, pero con otra intensidad diferente a la que suele mostrar, al participar de una forma omnipresente con la idea de poner en primera plana a los guionistas de la historia, una forma de auto-homenajearse —a él y de paso a todos los que han escrito guiones conjuntos en su carrera— de una forma sátira y no tan inocente como pudiera parecer. Al ataque sabe tirar de la comedia y del drama social sin desgastar la historia precisamente por este proceso creativo que se ve tan reflejado en el avance. Construyen y desmontan la progresión de cada personaje, les ofrecen matices que descartan si no funcionan, e incluso destruyen hilos narrativos tremendamente chocantes al más puro estilo Haneke pero en versión inversa —si eres uno de los afectados emocionalmente por la escena del mando a distancia de Funny Games, verás recompensada tu desdicha con una de las ocurrencias que van a la basura de estos guionistas—.
Su Marsella llena la boca de estos creadores en todo momento, a base de guiños dialécticos e imágenes icónicas que se repiten sin cesar, como el protagonismo que se le da a uno de los emblemáticos cuadros del pintor francés Paul Cézanne, L’Estaque. Como también lo hace la concienciación de clases sociales, separando a ricos y pobres, en ocasiones aferrado a la mofa, pero con su siempre contundente (aunque relajado) mensaje sobre la dignidad del trabajador. Ariane viste de rojo, y aunque su papel no sea el más destacado al promover muchas historias a un tiempo, sigue floreciendo como una persona encantadora y potente que nunca puede pasar desapercibida. Si con todos estos puntos de “hecho por Guédiguian para el disfrute exclusivo de Guédiguian” no eres capaz de conectar, siempre quedará escuchar a esos guionistas maquinar el éxito de una película cercana, con problemas que ellos mismos nombran como de hoy en día, que viven como propias las penurias de sus personajes y, una vez terminada, buscan ese reconocimiento extra por parte de los compañeros, el aplauso definitivo, en un último arranque de “autoritis” y a la vez autocrítica hacia su propia repercusión cinéfila. Al ataque es una película sorprendente, sencilla y atractiva, que lo dice todo sobre Guédiguian y su universo particular.