Uno de los puntos más interesantes que Brothers ofrece es la capacidad que Robert Eggers muestra para, en tan poco espacio temporal, ser capaz de concentrar todas las obsesiones estilísticas que desarrollará en sus largos tanto en temática como en lo formal y, lo más importante, como consigue hacer que ambos aspectos se fusionen.
Aunque la historia narrada pueda parecer anecdótica (la tormentosa relación entre dos hermanos en un paraje inhóspito), Brothers ya contiene la semilla de lo que serán sus dos siguientes largos. Por un lado la desolación paisajística del bosque que nos remite de inmediato a La bruja (The Witch) y, por otro, las relaciones interpersonales entre los protagonistas, cuya violencia gestual y verbal nos trasladan a las simas de la locura vista en El Faro.
Se podría decir pues, que Brothers es un corto seminal que, visto a posteriori de las películas de Eggers, no deja de ser una experimento, una puesta en escena de lo que más tarde desarrollaría a gran escala. Esta miniatura, sin embargo, no está exenta de personalidad propia, de sello autoral que, así de entrada, nos habla de un director que siempre ha tenido claro cuál es el discurso que nos quiere transmitir e igual de importante, cómo nos lo quiere trasladar.
Un concepto que se basa fundamentalmente en la parquedad y la fusión: se trata de crear una atmósfera de desasosiego que siente las bases del tono y ayude al dibujo de los personajes sosteniendo un efecto de retroalimentación entre ambos elementos. Así, en Brothers, la desolación del paraje establece de alguna manera el mundo interior solitario (y desamparado) de sus dos protagonistas, generando por reacción ese clima de violencia que se dirige el uno hacia el otro.
Es la sensación continua de imposibilidad de escape del entorno, siendo pues el ejercicio de poder sobre el único elemento controlable, la vía de escape frente a tanta impotencia. Eggers se sirve del frío ambiental, de la amenaza natural sorda y la confronta con lo explícito de los símbolos violentos que trufan casi por completo la puesta en escena. Herrumbre, escopetas y (quizás usada de forma algo naïf) ese osito de peluche abandonado que será usado como tiro al blanco en un divertimento que pone de manifiesto la destrucción de la inocencia.
No es que Eggers opte por un nihilismo amoral, pero su visión siempre se balancea entre un determinismo ambiental y un fatalismo moral que asola sin contemplaciones todo el metraje. Por ello no es que Brothers tenga una moraleja discutible desde la ética, sino más bien que arroja la idea de la imposibilidad de escape de las condiciones donde uno nace y crece.
Así pues estamos ante un producto, una génesis autoral, que sirve de perfecta puerta de entrada al universo de Robert Eggers. Un cortometraje parco y sólido que ya deja a las claras las obsesiones de su autor. Un trabajo que, aunque sea fácil de valorar en comparación a sus largos, ya destila personalidad, empaque y una sorprendente madurez para ser un trabajo primerizo. En este sentido quizás peque de poco sorprendente a tenor de lo que ya conocemos de su autor, pero que sin embargo consigue plasmar en muy poco metraje todo aquello que Eggers pretende transmitir, que no es poco.