Bienvenidos a la casa del terror del capitán Spaulding. Lo siento Groucho Marx, a este camarote no estás invitado, aunque hayas inspirado a uno de los payasos más fieles a la distorsionada realidad de todos los que tememos a esa “pásmica” figura.
Nos situamos ante la figura de Rob Zombie, una joya multidisciplinar que ha disfrutado de los éxitos musicales con White Zombie y en solitario, ha experimentado en el mundo gráfico, incluso se atrevió a crear pasajes de terror para algún parque temático de la Universal (tener padres feriantes siempre ayuda). Aquí entramos en materia, porque toda buena película tiene una curiosa historia que la respalda. En este caso, contentos en Universal por su trabajo, confiaron en él para crear una película, su primera película, La casa de los 1000 cadáveres. Se cuenta que tanto les espantó el resultado a los directivos, que durante tres años fue pasando de mano en mano hasta que alguien la compró y se atrevió a mostrarla al gran público, tres años en los que provocar el ansia entre seguidores ávidos de nuevos maestros del terror.
Abrid bien los ojos, igual es la última vez.
Nos adentramos en la atracción subidos a un cochecito chirriante y oxidado que nos muestra las mayores atrocidades jamás pensadas en un túnel que suma oscuridad y espanto a cada avance. Rob Zombie se podría considerar un fanático del terror, conoce a la perfección todas las grandes obras que han marcado el género y disfruta con él. Es por ello que La casa de los 1000 cadáveres se convierte en un constante homenaje a las películas setenteras, a las familias peligrosas, a los personajes imprevisibles, a los adolescentes fanáticos convertidos en perfectas víctimas, a los monstruos y asesinos más relevantes de la historia. Todo ello tiene su lugar en esta aventura, en la que la lluvia es el inicio de todo mal presagio.
Tras una apertura donde ya se pone todo el ritmo en marcha, con el capitán Spaulding de protagonista, aparecen los jóvenes (nada inocentes) que investigan las grandezas de los parajes más rústicos de América. Es Halloween, y su curiosidad ante la historia de un doctor Satán y su árbol, hace que emprendan camino directo sin paradas al mismísimo infierno. Una agradable y simpática familia les recibirá en medio de la tormenta cuando quedan perdidos y desamparados en mitad de la carretera. Son los últimos años de los 70, cuando la familia Manson estaba en boca de todos, los barrios residenciales eran cómodas estancias adosadas y por carreteras secundarias se llegaban a inhóspitos lugares que nadie quería conocer.
Fortuitamente encuentran a la agradable y hospitalaria familia Firefly, un gran grupo, cada cual más adorable. Es por eso que sabemos que el infierno tiene puertas, grúa y cereales de Agatha Crispies, porque allí fue a donde llegaron. Zombie intercala los efectos de post-producción más casposos junto a un tono que nos sitúa en la época. Juega también con unos personajes que van mostrando sus armas en pequeños flashes donde comentar sus preferencias y demás brutalidades caseras. Convierte en musa a Sheri Moon Zombie, que será su compañera en cada una de sus películas posteriores y sonoriza a gusto de un músico como él este mundo aparte. Retoma lazos familiares en los que promover el trabajo en equipo y la sobreprotección, una familia unida es una familia feliz, y entre los Firefly hay un buen entendimiento. Cada miembro tiene un papel extremo e intimidatorio con su marca más personal. Y sí, sabe crear el ambiente perfecto para esta macabra función.
Las más infames ocurrencias tienen su propio espacio en esta evolución de casas terroríficas en las que el ritmo es frenético y las salvajadas se suceden sin dilaciones y elipses absurdas. No se puede hablar de 1000 cadáveres para aparentar, la carne suma y la sangre fluye, demostrando que el infierno también tiene niveles de tortura que aumentan con la profundidad.
Hábilmente juega con un humor muy negro sin la contemplación de pensar en pobres víctimas, dejando que el espectador se posicione entre el odio o el amor hacia los Firefly en su secuela Los renegados del diablo. Hay algo que a Rob Zombie no se le puede negar, en cada película evoluciona y madura su estilo, pero su primera obra, bruta y salpicada por la masificación, es un punto de partida muy alto para conseguir detractores y fans de forma tajante.
Cerremos pues las puertas de las inconclusas hazañas de los Firefly, la festividad de la carne se somete a la temporalidad y el folklore donde todos somos conejitos indefensos frente a lo desconocido. O a los cuchillos sucios, que dan siempre una imagen a los malos. Si todo esto no os seduce, siempre nos quedará la risa impertinente de Baby Firefly.
Típicos gabachos enloquecidos.