Destaca en Riverbed (El estanque de la doncella) una propensión por articular su voz desde el silencio, que deviene en el debut tras las cámaras de Bassem Breish uno de los motivos que, por paradójico que pueda ser, dotan de expresividad propia al film acompañado por una planificación desde la que modular la construcción de un estado, el de la protagonista, una mujer que vive en soledad y que sólo quiebra ese silencio ante la visita de unas vecinas o sus huidas esporádicas junto al parece su amante, con el que abandona la ciudad para poder disfrutar de una intimidad que él mismo precisa en esas escapadas rurales.
El cineasta libanés encuentra en esos recursos visuales el lugar adecuado entre las cuatro paredes de la casa de la mujer, levantando una suerte de refugio desde el que mitigar una soledad que resuena en su interior y que se desliza, a través de ‹travellings› y juegos focales, armónicamente, construyendo algo más que un espacio, aquello que se antoja etéreo pero que sin embargo sirve para dar forma, sin apenas presenciar el detalle, a un viaje interior que se acomete pausadamente, con un sosiego desde el que percibir algo más que la propia condición.
Es así como mediante el aparato formal dispuesto por Breish, se configura un mosaico que se desliza en una narrativa pausada, con la parsimonia que acompaña el mismo relato, sugiriendo una incomunicación que en realidad no es tal, y otorgando un retrato donde las cicatrices se vislumbran en pequeños gestos; el diálogo, en ese sentido, aparece en contadas ocasiones y solamente da puntadas a una historia que se dilucida en cada plano diseminado por la cámara: ya sea desde la elección de un encuadre concreto, como en el desequilibrio que generará la aparición de la hija de la protagonista, asiendo un trauma que deberá ser afrontado y sanado en ese silencio que no se despega casi nunca del film, o de un leve movimiento cuya angulación nos descubre primero la angustia y más adelante un pequeño pero revelador detalle desde el que conocer su situación.
Riverbed (El estanque de la doncella) encuentra en la capacidad de sugestión de la imagen los estímulos necesarios para concebir una crónica donde las heridas van siendo reparadas sin necesidad de palabras y cada pequeña estampa toma una dimensión mucho mayor, especialmente a través de esos reflejos en los distintos espejos de la casa. En ese aspecto, el trabajo del libanés está medido a la perfección, algo que se percibe asimismo en el modo en cómo emplea la iluminación y redimensiona el plano tanto desde cada ‹travelling› como en la forma de recortarlos o definirlos.
Estamos, en definitiva, ante una ópera prima que si bien termina por resultar ciertamente aséptica por momentos, sobre todo en esa composición un tanto barroca, provee las piezas suficientes como para paliar, en cierto modo, dichas imperfecciones. Sí, cierto, Riverbed (El estanque de la doncella) puede llegar a pecar de artificiosa por una carencia de profundidad que se sustrae de su tratamiento, pero al mismo tiempo termina sabiendo transmitir de forma tan clara en sus motivos y objetivos que no se la puede acusar de obtusa. Sea como fuere, lo que sí demuestra el film que nos ocupa es una concisión en la puesta en escena desde la que sustraer las aptitudes necesarias como para estar a las puertas de un cine que, a falta de pulir ciertos defectos, bien podría llegar a un punto de partida satisfactorio.
Larga vida a la nueva carne.