Tras su más que interesante The Albino’s Trees, Masazaku Kaneko ha presentado en Gijón su última película como director, River Returns, que ha competido en la sección Retueyos, lo que le ha servido para alzarse con el premio otorgado por el jurado joven. Antes de analizar la presente película conviene subrayar una cualidad ya inherente a su cine y que viene precisamente germinada y heredada en su ya citada previa película: la inmersión a través de un universo paisajístico con especial énfasis en la belleza de la naturaleza, que podemos percibir como un en elemento primordial en su reciente River Returns, que ya reafirma a Kaneko como un cineasta con especial ahínco por depurar sus formalidades visuales. Que fuese él mismo el director de fotografía de The Albino’s Trees ya indicaba un esfuerzo autoral por incidir en la predisposición en una puesta en escena completamente preciosista. Para River Returns se adhiere al folclore añejo japonés para realizar una especie de juego con dos líneas narrativas, una anclada en el pasado, y otra que nos permitirá ver las huellas de una leyenda local del Japón profundo en el presente de la película. Es en esos tiempos, años 50, cuando un niño conoce a través de un titiritero cuenta cuentos la leyenda local de una joven que se ahogó en un río por desamor; su dolor ha provocado grandes inundaciones causadas por los habituales tifones que sufre el lugar. El niño pretende ahora romper la maldición, ocasionando que esa historia de amor corrompida que ha provocado la muerte de la joven, tenga un final feliz tanto en el pasado como en el presente.
Muchos son los logros que han coronado a River Returns como una de las mejores películas que se han podido ver este año, y en lo que primero que destaca es en la citada belleza visual que posee como vehículo transmisor de una postura estética oriental; como los grandes clásicos nipones, aprovecha la orografía localista para enfatizar aún más esa condición de fábula de matices precisos. Lo hace con dos líneas narrativas perfectamente hiladas, que sumergen al espectador a cierta unidad argumental en base a una serie de ideas que Kaneko utiliza para descifrar cierto componente histórico de su folclore: el tradicionalismo y la supuesta llegada del progreso, así como el testimonio oral con el componente místico de una cultura que se niega a desparecer con el paso del tiempo. De la primera anexión se ocupa la época en la que se ambienta el punto de partida del argumento, con un niño que vive en esos años 50 bajo la diatriba familiar de una evolución social aderezada con la amenaza meteorológica, a la par que simbólica, de una serie de tifones propios del lugar. Como vía de escape, e incluso improvisado camino del héroe, su misión será la de evitar a toda costa la desgracia sumiéndose en una fábula local de la que nosotros, como espectadores, seremos testigos. Esa joven bella, joven y apasionada, símbolo nuevamente del progreso, que sus anhelos son dinamitados también, por la tradición; en este caso el acervo regional del oficio de la madera, con un joven, trasunto de ebanista, que tendría que rechazar los conocimientos heredados por su profesión para encauzar su vida hacia el romance.
Con todo esto, River Returns es una película que juega con la fantasía y la denuncia social en sus propósitos formales, así como con la ternura dramática y la tragedia en sus intenciones tonales. Kaneko tiene en su película unas pretensiones complejas que llevan más allá su cine si hacemos la comparativa con su obra predecesora, con la que comparte no sólo una ambientación más propia del relato fantástico, sino naturalidades creativas tan incisivas como los planos cerrados en momentos aparentemente intrascendentes para la trama, como los degustados en el trabajo meticuloso del ebanista, sin ir más lejos. En estas querencias artísticas Kaneko sale airoso porque le queda un relato en cuya convergencia las historias fluyen con muchísima mesura, y tiene en su narrativa catatónica un extraño poder de atracción para el espectador. Es innegable que su espíritu nos puede hacer pensar en cineastas clásicos del lugar como Ozu, Kobayashi o Mizoguchi, que Kaneko toma como referencia no sólo para su intento de emulación narrativo con las características propias de una cinematografía nipona que se niega a desaparecer, sino también en el cariño hacia el poder folclórico de toda una cultura y sus ramificaciones emocionales. En River Returns tenemos todo eso, pudiéndolo además degustar bajo un cuento cinematográfico de una belleza visual naturalista sensacional.