Richard Linklater parece haber encontrado su sitio con propuestas que basculan entre la madurez del cine independiente que destilaba en los años 90 y un cierto cine comercial sin olvidar del todo su personalidad. Ahora que parece haberse ganado el cielo tanto de crítica como de público por Boyhood, recuperamos para la ocasión una cinta tan estimulante como La cinta (Tape, 2001).
La cinta es una obra que transcurre en un motel de carretera, con tres personajes lanzando acusaciones y revelaciones sobre un supuesto idílico pasado. Lo que sin duda hace crear un ambiente que ha sido considerado como muy “teatral”. Entiendo que cada vez que se haga una obra filmada en pocos o un único escenario sea catalogada de teatral. También entiendo que es una afirmación que ha acabado por ser pobre en la mayoría de casos. Lo curioso es constatar que más que teatral, el cineasta tejano parece decantarse por ciertas ideas que le acercarían en mayor grado a la televisión y a muchas de las series que se hacen hoy en día.
Sea como sea, las reglas autoimpuestas por la obra de Stephen Belber (también autor del libreto de la película) pueden invitar a no disfrutar de la película, a temer un “ritmo lento” (otra expresión que sigo sin entender del todo) y a oler un estancamiento en la parte central del filme, que es lo que suele pasar en muchas ocasiones con personajes encerrados en un lugar. Por suerte no ocurre nada de eso.
Eso se debe a una trama que se sigue con sumo interés gracias a unos personajes que nos importan. Y que cuando parece agotarse cada segmento, el guión nos tiene preparado una nueva revelación, haciendo que la película fluya en otra dirección. Tal vez esto se note sobre todo cuando después de algo más de media hora de charla entre los dos amigos protagonistas y justo cuando notamos cierto cansancio y un inicio de repetición de las ideas, ¡tachán! aparece el personaje de Uma Thurman y todo vuelve a ser fresco.
De una obra apoyada sobre todo en su guión y en sus personajes no debería comentarse demasiado en cuanto a la narrativa, sino más bien explicar esta narrativa. Se puede decir que la película comienza cuando dos viejos amigos se reencuentran. Uno ha triunfado en su carrera cinematográfica y el otro camina “por el lado salvaje de la vida” en su derrota diaria. Pronto sale a relucir una nota disonante del pasado que implica a otro personaje. Lo que sigue es un doble juego de espejos entre acusaciones, celos y expiaciones, con unos personajes en constante evolución. Ninguno de ellos va a volver a ser el mismo. Podría detenerme en las implicaciones éticas y morales que conllevan su final y la manera en tratar cierto tema, que me parece ejemplar sin caer en lo fácil. Pero no lo haré, cada cual que saque las conclusiones pertinentes tras su visionado.
La cinta es una obra que parece buscar demostrar lo fácil que puede llegar a ser rodar una película sin artificios de ningún tipo, dejando tan sólo el esqueleto de un brillante guión y cuidando una puesta en escena de apariencia sencilla, apostándolo todo al trabajo con los actores, con una realización más televisiva que teatral. Pero se vislumbra un cuidado trabajo en las idas y venidas de los personajes e incluso no se huye de crear intención a través de la cámara. Prácticamente los filma desde cualquier lugar del motel y jugando al contraste entre los muchos encuadres cortos y algunos largos, aunque progresivamente y tras la llegada del tercer personaje en discordia, la manera de filmar se vuelva más contenida, acorde con la situación del momento. Pero durante la mayor parte de la cinta la cámara está llena de vitalidad, de movimiento y de nervio.
Linklater hace una película de apariencia pequeña antes de embarcarse en una producción comercial del nivel de Escuela de Rock (School of Rock, 2003, destruida en España por uno de los peores doblajes que se recuerdan (gracias). Lo que más tarde va a ser parte de su constante, donde lo mismo nos regalaba la gamberra y poco más Una pandilla de pelotas (The Bad News Bears, 2005) y al año siguiente te explotaba la cabeza con la cyberpunk A Scanner Darkly.
La cinta te atrapa poco a poco y te zarandea todo el tiempo. Puede que peque de un cierto gusto por si misma y por recrearse en una locura contenida a través de su cámara. Son muchos los que la encuentran aburrida y no pasarán de un inicio donde se juega a ir distribuyendo poco a poco la información y como quien no quiere la cosa. Pero si se consigue pasar este primer bloque que hace gala de un ritmo que se saborea con tranquilidad, la recompensa está asegurada.