Después de conquistar al mundo con Before Sunrise (Antes del amanecer, 1995) su director, el joven Richard Linklater, siguió haciendo el tipo de cine con el que se había dado a conocer en obras tan interesantes como Slacker (idém, 1991) o Dazed and confused (cinta de 1993 traducida “magistralmente” como Movida del 76). Esto es; filmes con varias historias y personajes que se cruzan, teniendo a la juventud como referente.
Si en Slacker seguíamos la vida de más de media docena de jóvenes en la ciudad de Austin sin ningún hilo narrativo más allá de los encuentros fortuitos que se producían entre ellos para acabar dando forma precisamente al concepto «slackers» (pasotas) con la que se asociaba a esos futuros adultos de inicios de los 90, en Dazed and confused se detenía la mirada en un enorme mosaico de historias cuyo marco acontecía en los últimos días de un instituto del año 76.
SubUrbia se hermana irremediablemente con la primera para seguir retratando a esos veinteañeros de la década de los noventa 6 años después de Slaker, igual de desocupados, inteligentes, llenos de verborrea y con ganas de cambiar el mundo desde la acera de la calle bebiendo cerveza mientras comienzan a entender que ya empieza a ser tarde para todo a lo que aspiraban. La llamada generación X en todo su esplendor, una vez pasada la fiebre del grunge y una cierta actitud, asombrados al comprobar que el himno definitivo contra lo establecido era ya parte del mismo (Smell Like Teen Spirit de Nirvana).
El libreto, adaptación de una obra de teatro por parte de su propio autor, Eric Bogosian, radiografía a la perfección a esa juventud que habita en suburbios y se mueven por la noche, personificado magistralmente en el protagonista, un Giovanni Ribisi al que nunca se le ha vuelto a ver con un papel tan agradecido, acompañado por un buen puñado de actores secundarios que todos hemos encontrado en algún film, hoy añorados en muchos casos y lejos de interpretar personajes “grandes”. No sorprende tampoco la inclusión de Parker Posey, apodada la musa del cine independiente americano, que en la década de los noventa estaba en todas, desde Hal hartley, hasta Gregg Araki pasando por el propio universo de Linklater.
SubUrbia acontece en una única noche, un espacio-tiempo limitado y concreto con el que tanto le gusta jugar su director. En ese tiempo sucede el “reencuentro” de un grupo de amigos, entre los que destaca el personaje de Ribisi, auténtica alma de aquella generación X que se resignaba a entender que todo estaba hecho y dicho ya por otra persona, sin desmerecer a otros personajes como el concepto de aquel tópico chico popular rebelde del instituto destrozado tras su experiencia en la primera guerra del golfo, el “eterno” amiguete despreciable que siempre ha sido Steve Zahn en la gran pantalla, o la persona que hará tambalear todo, como es el personaje que ha triunfado en la música tras venderse y ahora vuelve a su ciudad para ver que todo ha cambiado para seguir igual.
En una calurosa y larga noche de un suburbio americano cualquiera acontece un terremoto de sentimientos, donde ante todo sobresale la rabia de cada uno de sus personajes, reprimidos y perdidos al entender que la felicidad prometida es algo que no parece que vaya ocurrir nunca, o al ver como esta llega a la gente que en su momento se arriesgo (o incluso se traicionó) y abandonó el barrio.
El personaje de Ribisi, antiguo componente de la banda del amigo ahora convertido en estrella de rock, discute y lanza amargas preguntas sin respuestas a los que le rodean, mientras el resto no parecen entenderle y se limitan a quemar una noche más en los suburbios. Sólo Tim, recién aterrizado de su experiencia en Irak, parece, a ratos, entenderlo, pero él lleva su propia derrota por dentro; si Ribisi es un intelectual fracasado y atormentado porque no tiene nada que decir, Tim comienza a entender que su lugar será esa “basura blanca” que malvive entre cervezas y caravanas.
Sólo ellos dos parecen intuir que la fiesta se ha acabado. El resto, desde la novia con ínfulas de artista experimental de Ribisi a la amiga de esta, aún creen que el cuento no se ha acabado, o al menos que el final feliz está a la vuelta de la esquina, aunque realmente no hagan nada por alcanzarlo. Más de uno despertará con los primeros rayos del día completamente siendo otra persona. Porque algunos de ellos cambiaran, para siempre. Entraran por fin, en el club selecto que siempre despreciaron y del que tanto se rieron.
Serán ya parte de la masa, adultos con responsabilidades y viejos con batallitas que nadie quiere escuchar. Y seguirán despreciando con toda su alma a aquel viejo amigo, que traición mediante o no, consiguió salir de los suburbios. Y no volvió jamás a excepción de una calurosa noche de verano.
Slacker fue la celebración de aquella generación. SubUrbia los despojos.
Magistral la banda sonora de Sonic Youth, también productores.