Definida por algunos como una película deudora del espíritu del Scorsese de Uno de los nuestros, pero centrada en la Ucrania de los 90, en Rhino asistimos a la clásica historia de ascenso, caída y redención de un criminal cruel y temido por amigos y enemigos del gremio. Es el regreso de Oleg Sentsov a la dirección tras Numbers, aunque quizá sea más reconocido por la sentencia a veinte años de cárcel que Rusia le impuso y que le convirtió en un símbolo del nivel de libertad de expresión del periodismo en la Rusia actual.
Presentada en el Festival de Venecia de 2021 en su sección Orizzonti, hay dos aciertos visuales que hacen que comprendas su presencia tanto en dicho festival como en el Atlàntida Film Fest 2022. En primer lugar, el plano secuencia inicial (y digital) que sirve para contar en no muchos minutos la historia de Ucrania en los años 80 y 90, cuando el país estaba bajo la órbita soviética, sin necesidad de salir de una pequeña casa de campo y presentándonos a los protagonistas. En segundo lugar, la elección del protagonista principal, Serhii Filimonov, una bestia parda con cara de pocos amigos y no demasiadas luces que en la vida real es miembro de alto perfil del Batallón Azov, un grupo de militares nostálgicos aficionados a pedir taxis y a matar prorrusos desde el 2014 (aunque igual entre “prorrusos” metan también todo lo que no les guste a ellos, claro). O, en palabras del aquí primerizo actor, según una entrevista realizada para el periódico canadiense Le Devoir: «En la percepción de la gente, los hooligans son extremistas de derecha. Y es cierto que estuve en muchas batallas callejeras cuando era más joven. Pero el único odio que tengo es contra los soldados rusos que nos invaden». El clásico “no soy racista, pero”, “no soy hooligan, pero”… que cuadra bastante con el personaje que interpreta. Un mafioso asesino sin remordimientos y lleno de odio, aficionado al alcohol, la violencia gratuita (¿?) y las prostitutas, con escaso interés por el discernimiento o la separación moral del bien y el mal.
Vista como una de esas películas clásicas de la mafia que se adentra en el mundo del crimen organizado, entre reuniones pulcras y traiciones obscenas, pero donde el escenario la diferencia de las anteriores, lo cierto es que el trayecto de Rhino (que así llaman al personaje encarnado y encarnizado por Filimonov) desde su entrada en el mundo de la mafia hasta su redención es presentado de una forma perezosa y muchas veces sin contexto. Como si la escena de inicio hubiera agotado todas las demás ideas de la trama y de sus dramas. No funciona, entre otras cosas, porque no existe empatía por ninguno de los personajes, presentados como seres planos de una única función. A veces ni eso, apareciendo en la pantalla únicamente para que la trama pueda seguir avanzando. Es decir, en la hora y media pasada que dura la película de Sentsov y el neo-nostálgico Filimonov, uno siente que también le están apalizando a él, a pesar de nunca ser algo aburrido. Es, sin embargo, lo mismo de siempre en este género desde hace ya bastantes años, sin sorpresas, salvo la del final, porque resulta tan absurdo y diferente a lo que nos han dado a conocer sobre sus personajes. Tanto que, de repente, no sabes si estás ante la misma película que has estado viendo unos minutos antes. Por no hablar de todas las escenas del cura. Eso es más de flipados que las partes donde un superhombre sobrevive a todo y se recupera de cualquier herida sin apenas consecuencias.