Una pareja aterriza en un chalet que se encuentra apartado de todo rastro de urbanización. Hasta el medio del desierto ha acompañado la joven Jen a su amante Richard, un tipo rico y casado que parece andar metido en algún tipo de organización militar privada poco limpia. Tal sospecha se confirma cuando dos de sus colegas llegan a la casa portando armas y munición hasta en el páncreas. Lo que comienza como una estancia de buen rollito, donde el alcohol y la música pretenden compensar la evidente aridez del entorno, pronto se torna en un escenario delictivo que reúne traición, falsas promesas y un deseo de venganza.
A grandes rasgos, eso es lo que ofrece en sus primeros compases Revenge, una película francesa dirigida y escrita por Coralie Fargeat. La cineasta plantea de inicio una especie de denuncia sobre la situación de desventaja de la mujer en el terreno militar, el paternalismo que ciertos hombres ejercen sobre su figura y un alegato sobre la valía femenina en terrenos a priori considerados como de pura virilidad (la supervivencia en condiciones extremas, el uso de armamento…). Tales intenciones se diluyen pasado el primer tercio de film, una circunstancia que, sin embargo, resulta positiva para el desarrollo de la obra, puesto que el tono general de Revenge no deja demasiado espacio a la filosofía ni a plantear un debate serio sobre estos apartados.
Esta falta de profundidad narrativa que exhibe Revenge es probablemente el eje principal de la película, para lo bueno y para lo malo. Los cuatro personajes no son adalides de la inteligencia, sino que prefieren aprovechar las posibilidades que les brinda su cuerpo junto con algún rifle que les sirva de apoyo. Una excusa perfecta para centrarse en aquello que verdaderamente pide el espectador: la tensión que se deja notar cuando los cazadores buscan su presa y la acción que se desencadena. Armas, dinero y sexo forman un cóctel de tres ingredientes que, si no se combinan sabiamente, provocan una ambición desmedida en aquellos que se atreven a probarlo, como les sucede a los protagonistas de la obra. El resultado adopta la forma de caos para ellos, pero supone un verdadero chute de adrenalina para los que estamos al otro lado de la pantalla. La sensación de intriga que comienza una vez se sobrepasa el primer momento álgido de la película está realmente bien conseguida, y a lo largo de la misma observaremos varios clímax que culminan con un regusto más que aceptable.
A raíz de lo descrito, no es ningún atrevimiento el aseverar que la película funciona. Revenge da exactamente lo que en un primer momento parecía querer dar y consigue mantener el interés durante las casi dos horas de metraje. Es cierto que hay varias escenas que son una fantasmada, no ya por sobrepasar los límites del género o hacer poco creíble lo que sucede en pantalla, sino por las lagunas que surgen aun asumiendo los preceptos anteriores (seguro que no pocos se dieron cuenta de ello en la escena de la lata de cerveza). Pero tampoco se podía esperar mucho más de un producto que no iba destinado a cumplir a rajatabla con los presuntos estándares de calidad. Lo realmente decisivo es que esas secuencias de escasa credibilidad no ensucian el cuadro general del film, sino que, en determinadas circunstancias, incluso llegan a reforzar el espíritu del mismo. Al fin y al cabo, nadie con un mínimo de sentido se acomodaría a ver una cinta como esta sin saber que sus neuronas pueden tomarse un descanso durante la proyección. Si uno consigue asumir esto, descubrirá que Revenge es una película disfrutable.