Una moderna cabaña en mitad del bosque sirve como refugio para un hijo y un padre durante aquello que se antoja como un reencuentro, unos días de convivencia ante una falta de contacto que se antoja evidente ya desde los primeros diálogos. Tras un breve prólogo condensado en una escena que establece sus matices desde la sugerencia, el cineasta debutante Leon Schwitter dispone los ingredientes de un film que por momentos parece moverse entre un estado observacional pertinente —por el hecho de encontrarse sus personajes “perdidos” entre la naturaleza, casi parapetados por ella, como si fuera una (conveniente) extensión del prisma que aportará el personaje adulto a la situación— y la distensión genérica que se produce en un relato que nos va descubriendo a sus protagonistas paulatinamente, así como dirimiendo su relación y sus intenciones. Es en ese punto, el de una suspensión quizá no buscada, pero revelada entre los avatares de esta particular crónica, donde Retreat encuentra el espacio para ir perfilando los vaivenes de una narración por momentos quebradiza, incluso caprichosa, que no siempre funciona del mismo modo, pues si bien se adhiere a ese propósito del film por generar un aura de incertidumbre, deja entrever unos mimbres ciertamente frágiles.
Si bien es cierto que Schwitter va otorgando forma al relato a través de esas conversaciones entre ambos, que describen con sencillez la correspondencia entre padre e hijo así como las vicisitudes de esa circunstancia, Retreat marra sus posibilidades al exponer alguna de sus temáticas de un modo llano en exceso, evidenciando en demasía sus intenciones: algo que el cineasta había implementado con inteligencia en una escena inicial bien concebida, con un interesante empleo de los recursos —ese acertado fuera de foco— y una certera capacidad de evocación, pero queda subrayado en apenas segundos, haciendo que el trayecto se desvanezca a partir de ese instante en señales demasiado manifiestas como para poder abordar la discursiva que propone con suficiencia, sin que el espectador se cuestione si realmente está todo perfilado desde un mismo motivo.
En ese contexto, Retreat no solo pierde la fuerza que pudiera contener esa forma de difuminar los límites y redisponer el relato, sino que además termina desdibujando su esqueleto narrativo en pos de una arbitrariedad que concurre en especial desde su aparato formal, cuyo en ocasiones vacuo esteticismo no logra ocultar las carencias de un autor demasiado empeñado en demostrar voz propia lejos de fortalecer las variables que ofrece la historia o de disponer un trazado genérico más estimulante, particularidad a la que Retreat daba pie.
Estamos, en definitiva, ante una propuesta voluntariosa cuyo rumbo termina, sin embargo, desvaneciéndose ante la torpeza por sugerir tonos o consonancias, algo que se antoja raro si nos atenemos a un primer tramo en el que se atisba convicción, pero ante todo un cuidado por los detalles, por insinuar antes de forzar los pasajes y situaciones. No se puede decir, desafortunadamente, lo mismo de una segunda mitad en la que no hay espacio para la disposición del espectador a otorgar sentido a los pequeños detalles y, peor aún, para la mirada. Porque todo acaba predispuesto y resaltado por una perspectiva que ya no solo no da tregua, sino además termina disponiendo una de esas conclusiones tan predecibles como desganadas.
Larga vida a la nueva carne.