Cuando uno termina de ver Retratos de familia (Ilo Ilo), ópera prima del singapurense Anthony Chen (que le valió la Cámara de Oro en el Festival de Cannes 2013), no queda la sensación de haber visto una película demasiado alejada en tiempo y espacio, pese a que la historia está contextualizada a finales de los 90 y durante la crisis financiera asiática que sacudió a Tailandia, Malasia, Indonesia, Filipinas o la propia Singapur, entre otros. Los motivos de tal sensación no se deben únicamente al estilo algo occidentalizado de su director, sino también porque pone de relieve uno de los debates que quedaron parcialmente soterrados con el inicio de la crisis económica actual: la compatibilización del trabajo con la vida familiar, cuya imposibilidad a menudo obliga a los padres a dejar a sus hijos al cuidado de terceras personas.
El comienzo de la obra se produce cuando la familia formada por Teck, la embarazada Hwee Leng y su rebelde hijo Jiale recibe a la filipina Teresa, que llega al hogar dispuesta a ayudar con las tareas de la casa y, en cierta manera, también para controlar el excesivo mal comportamiento del niño. Aquí ya vemos la primera capa de análisis que intenta exponer Chen: el ligero brote xenófobo que surge contra la inmigrante que llega a Singapur dispuesta a ganar algo de dinero para alimentar a la familia que dejó en su país. Sin embargo, el cineasta decide no profundizar sobre este asunto y sí lo hará sobre los otros ya comentados: los problemas del padre para afrontar el fracaso bursátil tras el derrumbe de las economías asiáticas, los celos de la madre respecto de Teresa al ver a ésta construir una relación con su hijo y la dificultad del propio Jiale para controlar su carácter en el colegio.
A partir de esta última perspectiva es desde la que Chen construye el resto de su obra. Jiale es el verdadero protagonista de Retratos de familia, el personaje a través del cual se desatan las diferentes contrariedades que afectan a los otros tres miembros de su hogar (la frialdad de su padre, la severidad de su madre, la conexión emocional que poco a poco va sintiendo con Teresa) y también es el que deja los mejores momentos de la película, como la secuencia donde revela el contenido de su misterioso cuaderno o el definitivo cambio de rumbo en su personalidad que se ve reflejado en la fiesta del cumpleaños de su abuela.
Chen procura resultar lo más ligero posible tanto en el aspecto técnico (a reseñar la poca duración de cada escena, lo cual termina por ser un acierto del montador) como en lo que se refiere a la propia trama, lo cual no evita que haya al menos tres escenas de un elevado nivel emocional, aunque por desgracia resulta difícil que éstas lleguen a provocar una convulsión. Este es uno de los rasgos definitorios de la obra; el director se muestra cercano y sensible respecto de los problemas que atañen a sus personajes y los logra transmitir con plena naturalidad, pero no acaba de acertar con la tecla para que esta carga emotiva llegue hasta el espectador.
No es poca cosa localizar hoy en día a un cineasta que consiga elaborar un relato familiar de manera cercana y honesta, definiendo de manera clara los sentimientos de cada personaje sin resultar demasiado explícito y construyendo lazos creíbles entre ellos. Pese a que se hace evidente que Retratos de familia podría haber ido un par de pasos más allá en lo que se refiere a su capacidad dramática, en absoluto extrañan los reconocimientos internacionales otorgados a Anthony Chen, ya que responde a ese perfil de director que se preocupa de dotar de carácter a sus personajes para que a través de éstos se vaya trazando el rumbo de la trama. Todo ello bajo el contexto de la que fue una de las mayores crisis económicas del mundo contemporáneo (hasta llegar la funesta de 2008) y sabiendo sacar a la palestra varios problemas que atañen a la estructura familiar en los países desarrollados. Esperemos, eso sí, que en su próximo proyecto se despoje de esa excesiva frialdad que rodea a su ópera prima y pueda hacer una buena carrera en el mundo del cine.
