No cabe duda que la filmografía de Alain Guiraudie tiene un recorrido de máxima coherencia. Unos films que temática y formalmente forman un continuo. Un, por así llamarlo ahora que está de moda, universo expandido donde cada historia, sin tener referencia en las otras, podrían ser perfectamente vasos comunicantes. Es en este sentido que estamos ante un autor reconocible que, quizás, ha perdido parte de factor sorpresa, pero sin embargo y en contrapartida ofrece aquello que se le demanda y espera. No se trata tanto pues de comodidad o apalancamiento de estilo, sino de una reivindicación de firma que permite enfrentarnos a las películas completamente conscientes de aquello que vamos a ver.
Una vez más Guiraudie nos muestra una especie de trastienda de la Francia habitualmente mostrada. Ya no es tanto el enfrentamiento entre lo rural y lo urbano, sino de construir un imaginario, una especie de burbujas contextuales instaladas en carreteras secundarias, casas aisladas y pueblos de provincias donde el aburrimiento no es más que la fachada irónica de la moralidad transgredida que se esconde detrás. Rester Vertical vuelve pues a estos escenarios, a este mundo de sexualidad libre (y por tanto libremente mostrada) y desaforada, de ancianos pecaminosos y jóvenes prostitutos que buscan salir de alguna manera, en una carrera hacia ninguna parte, del desangelamiento vital que les rodea.
Sin embargo, tras estas iteraciones formales y visuales hay una voluntad no tanto de crear films transgenéricos sino más bien de crear un envoltorio transgresor de los mismos. Si Le roi de l’evasion podría ser una comedía alocada sobre el ‹amor fou› y El desconocido del lago un ‹psycho-thriller›, Rester vertical no deja de ser un drama como todas las letras, un experimento cinematográfico que nos habla en tono fatalista (y en cierto modo determinista) del destino, la voluntad de seguir adelante y la resistencia digna (de ahí el título) frente a la oleada de fatalismos que padece su protagonista, un director de cine cuya búsqueda de localizaciones acaba convertida en una pesadilla de tintes tan surreales como contundentes, como si el elemento metacinematográfico cobrase vida invadiendo los bordes de lo real y sumiéndolo en un guion caótico, imprevisible, incontrolable.
Una vez más la naturaleza, los espacios abiertos, acaban convertidos en una especie de prisión opresiva y claustrofóbica, en un laberinto que se torna bucle y en donde los límites del espacio-tiempo devienen difusos. Ni tan siquiera la inclusión de un elemento urbano sirve como posible válvula de escape pues es representada como un páramo deshumanizado, frío e insolidario cuyos tintes plomizos y oscuros hablan en clave de género de terror, como un resto de naufragio post-apocalíptico habitado por zombis dispuestos no a devorar carne sino a despojar de alma y humanidad a cualquiera que pase por allí.
Así pues Guiraudie nos presenta un film donde no hay más posibilidad de escape que la resistencia interior frente a esos lobos metafóricos que son tanto el resto de personajes como la naturaleza que les rodea. Un film que deja atrás los habituales tonos irónicos del directo para teñirlo todo de negro sarcasmo aunque ni que sea en la figura del protagonista se sigue atisbando sino esperanza, sí un atisbo de dignidad humanista. Al final y al cabo Rester vertical no es más que un canto a la resistencia a cualquier precio, al amor por el prójimo cualesquiera que sean las consecuencias personales y sobre todo a la dignidad y coherencia personales. Algo fácilmente trasladable, en cuanto a lo metacinematográfico a la propia manera de hacer del director. Rester vertical es pues, posicionamiento, manifiesto, declaración de intenciones. Política en estado puro.