Ese punto álgido en el que no distingues la motivación del miedo. Ese, exactamente ese instante en el que el paso del tiempo se disfraza de fantasma del pasado y te desconcierta sin permitirle el paso a la lógica. El aquí y el ahora es confuso, y por lo tanto cruel. El suplicio de la existencia.
Relic detalla los lazos familiares hasta convertirlos en algo tangible. Son fotografías, dibujos, huecos en la alfombra marcados por el peso de una butaca que lleva mucho tiempo en la misma posición por la preferencia de alguien. Esos lazos son algo más que recuerdos que se pueden tocar, son sentimientos contagiados en las estancias, un dialecto mudo que se sostiene en el aire alrededor de quienes conviven y quienes olvidan.
Esta película no rodea tres generaciones de mujeres de una misma familia, una hija tras otra, sin darle un sentido al hogar en el que confrontan su drama personal, desde la puerta de entrada hasta el fondo del armario. Es un modo peculiar, complejo y arriesgado de perpetuar la unión de la familia y el terror a la hora de narrar, sirviendo como base algo que a cualquier familia aterra: el fin de la memoria, el adiós al contenedor infinito de anécdotas con personalidad propia que arrastra a cada miembro cercano a un agujero negro. La demencia y el olvido se traducen aquí en un sencillo cuento de terror de aciago ‹crescendo› que domina a quien lo vive, a quien lo teme y a quien lo presencia.
La confusión está justificada por mimetizar la comprensión de sus protagonistas con el avance de la historia. No hay un decantamiento pleno por el terror o por el drama cuando en este relato van de la mano en todo momento, una fusión deslavazada, sin un peso concreto, pero concordante con su propio concepto de infierno en el hogar.
Poco a poco son los detalles y las repeticiones quienes desgranan la historia, más allá de sus personajes. Las velas que con tanto mimo se han tallado se deforman, las heridas físicas emulan una degeneración sobre la comprensión, la casa se convierte en palabra y en hecho en un bucle que crece y se merienda a sus habitantes demostrando los ecos de la soledad. Un todo conseguido a base de pequeños detalles que replican a esos rostros cambiantes, tal vez un poco asustados de sí mismos, que persiguen a madre, hija y nieta en todo momento.
Devorar recuerdos para retenerlos, anotar lo cotidiano para repetirlo, y finalmente apoderarse de mujeres fuertes y competentes que han decidido parar un momento para contemplar lo que crece a su alrededor. Natalie Erika James edifica el tiempo, decora la mente y habita el misterio para hablarnos de aquello que una familia nunca quiere afrontar, sin más argumentos que una casa y muchos borrones negros con los que mellar su existencia.
Lo bueno es esa aparente ausencia de trampas sonoras y visuales que nos agiten, Relic va haciendo mella en nuestro estado de ánimo sin necesidad de grandes ardides, consiguiendo igualmente que nos removamos en nuestro asiento y nos compadezcamos de nosotros mismos al entrar en su oscuridad. Esto no es solo gracias a su estructura, es por su compromiso con todos los mensajes que van dejando sus actrices, y por cómo ellas mismas se involucran en ese sentir de ojos húmedos y respiración entrecortada. Parece más duro enfrentarse a lo desconocido cuando el infinito amor maternofilial hace acto de presencia.
Sin ser fiel al terror, engañando a quien busque un drama misterioso, Relic se sumerge profundamente en los cerebros rotos para compaginar todo ello y resulta un estimulante proceso de duelo y conciliación capaz de sorprender o al menos desmitificar el verdadero sentido de la soledad.