Me gusta el cine incómodo, ese que obliga al espectador a reflexionar y a sumergirse en las profundidades de la quimérica propuesta planteada por sus creadores. Quizás mi espíritu un tanto iluso e idealista me empuja a pensar que el cine surrealista de nula o incomprensible interpretación tras un primer visionado constituye la verdadera esencia del cine, ese semen cuya búsqueda artística empezó a finales del siglo XIX gracias al talento innovador de los hermanos Lumiere, y que va más allá del mero entretenimiento, siendo su verdadero objetivo deformar la realidad cotidiana reconstruyendo en un collage atractivo e imprevisible los auténticos paradigmas que dictan el ordenamiento de una sociedad para, de este modo, destruir el contexto social imperante en el mundo 1.0 perfectamente dibujado al estilo de un cuadro cubista por aquellos intrépidos cineastas que no aceptan el orden establecido.
Pues todo esto y mucho más es Rejs, película de culto polaca dirigida en 1970 por el indomable Marek Piwowski, un cineasta de escasa trayectoria cinematográfica pero de elevada carga de profundidad ideológica. Y es que Rejs pertenece a ese tipo de cine que brotó a lo largo de los años sesenta en los países situados más allá del telón de acero que a base de innovación, creatividad, mala leche y mucha inteligencia logró construir toda una serie de sátiras políticas que denunciaban las corrupciones, incoherencias y decadencia de los Regímenes Comunistas devoradores de libertades que administraban la vida de los ciudadanos de buena parte de los países del Este de Europa.
La cinta hace suyos los paradigmas del cine edificado por la Nueva Ola del Cine Checoslovaco, muy en la línea de gente de la talla de Jan Nemec o Věra Chytilová, adoptando pues como espejo de referencia esas comedias rotas, locas y plagadas de un humor tan físico como absurdo que disfrazaban igualmente unas poderosas metáforas políticas encerradas en su armadura, que tantas alegrías nos dio a los amantes de la comedia corrosiva checoslovaca de los años sesenta. Tratar de resumir el argumento de esta película no solo es un asunto imposible sino que provocaríamos con ello confusión al lector, haciéndole creer que la cinta posee un argumento lineal lógico que se puede seguir sin ningún problema. Craso error, puesto que la ausencia de una trama sensata y prudente es precisamente lo que convierte a la película en una pieza magistral del séptimo arte. Es más, me aventuro a definir a la cinta como una especie de desvarío tejido a través de una serie de gags absurdos e inconexos al más puro estilo de las más beligerantes cintas de los Monty Python (quien haya gozado de lo lindo con La vida de Brian o con El sentido de la vida asimismo lo podrán hacer con Rejs) y que por tanto debe observarse con una mente abierta y acondicionada para visualizar a un conjunto de personajes haciendo el tonto en todo tipo de dislates alejados de todo signo de cordura. Así, los escasos 66 minutos de metraje de esta pieza de culto polaca, bautizan a Rejs como un sucedáneo de esos maravillosos programas de cartoon de la Hanna-Barbera que visualizábamos los chavales de mi generación en nuestra más tierna infancia.
El contexto de la ¿trama? se situará en un pequeño crucero turístico que recorre durante una tarde el río Vístula para disfrute de los pasajeros que han decidido embarcarse en el mismo. El altavoz del capitán anuncia a los últimos rezagados la pronta partida del viaje. Así toda una serie de extraños personajes acudirán a la llamada del capitán subiéndose en el pequeño barco, entre ellos un polizón que a pesar de no haber comprado el ticket decidirá subir a bordo. El pícaro polizón negociará con el capitán del navío, el cual lo nombrará animador cultural del viaje, a pesar de su nula capacitación para ello.
La calma de las olas y el nulo viento que parece soplar se verá alterado a medida que los viajeros rompan el hielo comenzando a interactuar entre sí. Conoceremos pues a un matrimonio aburguesado formado por una sumisa esposa y un ingeniero que se dedica a contemplar por sus prismáticos el escultural cuerpo de una adolescente, a un quisquilloso personaje que no para de tocar las narices a sus conferenciantes, a un avasallador estudiante de ideología comunista que tratará de descubrir a los traidores a la patria que se esconden en el barco y toda una gama de ociosos jóvenes y jubilados que igual matarán el tiempo dedicándose al arte de la pesca como a caminar en plan funambulista por la borda del barco o a dialogar de trivialidades como puede ser por ejemplo el futuro del aburrido cine polaco, desatándose finalmente la locura absoluta en el momento en el que el animador cultural nombrado a dedo por el jefe de navegación empezará a ejercer su tarea y liderazgo. De este modo entre debates lidiados bajo la doctrina del esperpento y canciones desafinadas cantadas por adoctrinados estudiantes y viejas ociosas, una aberración emergerá alterando la calma: una frase escrita en el baño de mujeres con el lema El líder es un inútil. Este hecho desatará la indignación del estudiante comunista que instará al animador cultural a que localice al culpable que osó inscribir dicho insulto. Sin embargo, este suceso acabará siendo diluido por la rutina vespertina y por toda una serie de juegos absurdos que distraerán la atención de una población más interesada en la juerga sin pretensiones que en las intrigas políticas.
Todo este incongruente batiburrillo será esbozado por Piwowski de una forma extravagante e irracional, mezclando con sumo juicio escenas rubricadas con diálogos incomprensibles con gags de pura comedia muda, como por ejemplo las fantásticas escenas de gincanas radiografiadas por el cineasta polaco como una especie de teoría del caos donde el desorden y la anarquía campan a sus anchas a pesar de los esfuerzos del patético instructor cultural por organizar las mismas. En este sentido, el autor de Rejs dibuja a la perfección un cuadro anárquico y confuso, libre de ataduras en el que la libertad desborda cualquier intento de tiranía, gracias al hecho de que el capitán del barco (máxima autoridad a bordo de la nave) pasará totalmente de ejercer su autoridad cansado de practicar la misma, delegando pues su poder a un incompetente incapaz de imponer el imperio de la ley, haciendo realidad ese slogan que rezaba que el líder es un inútil.
La cinta supone todo un desafío que busca provocar tanto carcajadas como profundas reflexiones en el espectador. Uno de los puntos más fascinantes del film es sin duda la puesta en escena llevada a cabo por Piwowski basada en la improvisación de los actores con objeto de incitar el desconcierto absoluto a base de golpes subliminales que estallan como una bomba de destrucción masiva en la mente del espectador. Los juegos, concursos y diálogos surrealistas aparecen como una esfinge onírica que se esfuma sin que nos demos cuenta dejando a continuación paso a otro ente apócrifo. Este carácter libertario pudo lograrse gracias a la inexistencia de un guión tradicional que dictara las pautas a seguir a los actores, siendo pues la espontaneidad la guía que capitaneó el trayecto escénico del film.
Nos hallamos por consiguiente con una obra inclasificable rebosante de un humor grotesco y sorprendente que más que una historia con una línea clara abraza los trayectos del disparate gracias a la filmación de un refrescante jolgorio en el que no hay cabida para el raciocinio. Sin embargo, la estupidez que parece brotar en cada minuto del film no tapará lo que verdaderamente convierte a esta obra en mi cinta maldita favorita, y es que bajo este delirante revestimiento se esconde una de las más ácidas y subversivas sátiras en contra del ejercicio del poder dictatorial destructor de libertades, un imperio aberrante que será aniquilado en el momento en el que la anarquía y la libertad exenta de cadenas impuestas por esos inútiles gobernantes que carecen de conocimientos y aptitudes para practicar el buen gobierno de una sociedad triunfen sobre la doctrina dictatorial que rige nuestros días, y ello se logrará en el momento en el que un grupo de ciudadanos de procedencia e ideología diversa se unan sin fricción en esa juerga sin sentido ni freno que es la vida.
Todo modo de amor al cine.