Capítulo 3: Guerra de guerrillas
No podemos vivir sin Fassbinder. Da igual que sepas quién es o no. Da igual si has visto cero unidades de sus películas o te has tragado toda su filmografía. Basta con decirlo, con manifestarlo como una verdad tan absoluta como la gravedad. No podemos vivir sin Fassbinder seguramente porque puede que ayer, ahora o mañana (quién sabe) estemos interpretando una de sus películas, acaso sin ser conscientes de ello. Este es el espíritu, esta es la reivindicación que Marc Ferrer propone y muestra a través de un film como Reír, cantar, tal vez llorar.
Es evidente que se pueden trazar líneas temáticas, formales e incluso contextuales en la filmografía del director catalán. Pero más allá de eso hay una idea global que sobrevuela, algo que a través de la iteración eleva ese mundo tan ‹underground›, tan aparentemente específico en su despliegue de lo marginal en algo plenamente universal, casi familiar. En este sentido Ferrer podría vincularse perfectamente a Cassavetes en su idea de film colectivo. No es tanto lo que se cuenta sino la idea palpable y física de lo real, de la cotidianidad de la vuelta de la esquina.
Algo que en esta, su última película, aparece en forma habitual pero con el añadido del misterio de oculto a plena vista. Ferrer nos da un ‹tour› por esa Barcelona que siempre resulta ocultada tras la efigie de un postal. Y en esa mugre conviven personajes que bien podrían ser naúfragos en su vivencia sexual, laboral. Una miseria de pequeños egoísmos, prejuicios raciales y miedos. Y es que el ‹tour› no solo es geográfico, es un viaje emocional a través de un panorama que explica mucho de nuestra realidad y que tanto la denuncia sin ambages como la reinterpreta a través de una distancia humorística y triste.
Todo ello a través de lo que podríamos denominar cine de guerrilla, con medios bordeando el lumpen de lo técnico y lo interpretativo. Sin embargo esto, lejos de condicionar la película, le otorga una mezcla de ternura y comedia involuntaria. ¿Cómo no reírse ante ciertas situaciones, actitudes o reintepretaciones de lo gestual como de lo “bressoniano”? Imposible tarea, pero al mismo tiempo esa risa no funciona como burla sino como empeño compartido. Es inevitable no sentir empatía y cariño ante el esfuerzo, ante las ganas de crear algo bello.
Ferrer lo tiene claro y tiene plena autoconsciencia de lo que puede realizar con los medios que dispone. Pero más importante que esto es el poner en primer plano la idea, la esencia. Reír, cantar, tal vez llorar funciona porque más allá del plano, del diálogo forzado o de la (no) interpretación se puede leer lo que se quiere transmitir. Hay pura honestidad y puro amor por los personajes, por esa pobreza, por esa miseria y, sobre todo, por el hecho de querer por encima de cualquier condición de género, raza o nivel socioeconómico.
Sí, no podemos vivir sin Fassbinder, tampoco sin los intersticios musicales a lo Resnais o las miradas “bressonianas”. Y sí, es difícil sobrevivir en un mundo de mugre pero al igual que en lo cinematográfico Ferrer saca a relucir las flores en la basura. Ferrer no dirige sino que se convierte en una suerte de Ho Chi Minh, un líder del ‹Vietcong› contra la maquinaria ‹mainstream› del cine convencional. Más que una película un manifiesto, más que una historia una guerra de guerrillas.