Del debut de Klaudia Reynicke no conseguí olvidar los ojos de su protagonista, Cora, que escrutaban el comportamiento de un pueblo entero frente a un extraño recién llegado. Tras sus primeros pasos en Suiza con Il nido, la directora recoge algunos recuerdos de sus primeros años en Perú y vuelve a su país natal para reformular sus ideales del pasado en Reinas, un drama familiar al que no le es ajeno la mirada como punto de partida exclusivo. Me refiero a los ojos de Carlos, el padre de las niñas protagonistas, a través de los cuales somos conscientes de lo que siente, mucho más allá de toda la palabrería que adorna su vida.
Son los noventa y Lima cuenta con un toque de queda que llena las calles de militares. En épocas convulsas se toman decisiones radicales y la madre de las “reinas” a las que hace mención el título decide buscar una vida mejor en otro país donde el futuro no padezca de tantos límites. Vamos a presenciar, pues, esa cuenta atrás en la que una familia imperfecta se separará definitivamente. Reynicke no se aferra a la ‹coming of age› como único punto de interés de la película. Padece de sus propios atributos socio culturales, y aunque el relato parezca amable, convive con dificultades e imprevistos que consiguen que todos, en cierto modo, sean capaces de madurar su futuro. Porque un padre ausente, imperfecto, hace acto de presencia una noche de celebración, un día de verano, para comentar de pasada la marcha de su ex-mujer con las niñas. Vemos a un hombre desubicado, aunque incapaz de pasar desapercibido, uno de esos tipos carismáticos con las aptitudes necesarias para hacer de la mentira un acontecimiento, aunque ya casi nadie muestre interés en creer sus historias. Vemos así al perfecto hombre invisible revolver los cimientos de la infancia de sus jóvenes hijas, que observan como su inocente existencia, en cierto modo ajena a los problemas de los adultos —que ven asfixiado su ideal de libertad—, va a cambiar irremediablemente, algo contra lo que siempre se tiene que luchar, a modo de supervivencia.
Vagamos así por el día a día de unos padres y unas hijas que manejan esa inusual cotidianidad de un contrarreloj que no se siente como tal. Un padre que pasa más tiempo con sus hijas, unas niñas que aprovechan el momento para conseguir un trato de favor, una madre que se ausenta en exceso con la voluntad de cerrar puertas y apagar fuegos, y Susi Sánchez, que no importa el motivo por el que ha acabado haciendo de abuela peruana, pero siempre se agradece su presencia.
Se notan en el mimo por el espacio y el compromiso con el pasado esos detalles que destilan en Reinas una relación muy personal con Klaudia Reynicke, que presumen un reflejo de su propia infancia, como algo lejano con lo que reconciliarse. Son pequeños los momentos agridulces, son ligeras las intervenciones militares y entretenidos los encuentros familiares, en una película en la que volver a reinventar el diálogo que mantiene la directora con la realidad. Sabe percibir historias en las que destacar papeles femeninos que se enfrentan al futuro, a los cambios de etapa con cierta reticencia y sin vuelta atrás, siempre desde un punto de vista y un tono totalmente distinto al anterior. Quizá en esta última sea en la que destaque un personaje masculino por encima de todo, con un Gonzalo Molina a contracorriente que aprende a disfrutar de sus reinas una última vez, a su manera, desprendiendo amor desde sus ojos sin parar (un retrato algo diferente al de los otros padres que aparecen en sus películas anteriores).
Reinas es ajena a complejidades, a mensajes subterráneos y críticas profundas, es una respetuosa inmersión en el recuerdo con ácidos encuentros con una época convulsa y la inocencia de quien la pudo percibir en vivo como algo lejano. Gana enteros como retrato generacional cuando le falta fuerza como crítica social, pero es un pasaje agradable por el que transitar para conocer un poco mejor las inquietudes de su directora. Mientras las más jóvenes conocen de primera mano el miedo por lo novedoso, los mayores caen una y otra vez en los errores conocidos, al mismo tiempo que buscan ese punto de entendimiento que destila toda familia, ¿no radica ahí un símil de felicidad?