Forjar un rey, el ansia de un puñado de hombres ávidos de un poder que no consiguen manejar frente al pueblo, pero sí tras la marioneta que nació en la cama indicada. Los desgarradores gritos del parto de una mujer que aportan luz a los súbditos. Muchas han sido las ocasiones en las que no aparece un rey, es una muchacha la primogénita, rompiendo todas las normas de bienestar cultural y combativo.
Esto sucedió cuando fue Cristina de Suecia la única heredera del trono, una niña ante un rey al que la guerra no le dejó ser un longevo maestro. Arrebatada de las manos de su madre, creció al antojo de un consejo, como se sigue haciendo en la actualidad, para formar como una meta un rey, no una reina, que lidere a la plebe ofreciendo en una mano pan y circo, y en la otra armas de conquista.
Pero Mika Kaurismäki ha querido retratar algo más allá de un reinado y sus pomposos accesorios. Se centra en la que se considera “La reina intelectual” que ganó en la historia por su ávida curiosidad que le hizo pronunciar las preguntas inadecuadas en los lugares menos esperados.
Kaurismäki cierra la cámara para centrarse en los personajes y olvidar el escenario, dejando una apariencia teatral que se esfuma cuando la protagonista va creciendo en sus diálogos. Descompasada y poco racional, la película sigue esta evolución y atenúa los artificios para dar paso a un relato histórico, añadiendo a pinceladas la pasión, el arte, la fe y el genio, todas las dudas que asaltan a la joven y que marcan su reinado y a todos los que la acompañan.
Porque por un lado se muestra esa curiosidad cruel de la reina que tiene una mente todavía por formar, a la par que los hombres, supuestos sabios, quieren encauzar esa cabeza a los intereses de la nación. Reina Cristina tiene todos los puntos exactos de un film basado en la historia, pero con el aliciente de retratar a un personaje que sobresalía de sus contemporáneos.
Gracias al impertérrito rostro de Malin Buska se sobrelleva un relato moderno de aspecto apolillado de una mujer adelantada a su tiempo, que no encaja en una sociedad encorsetada si no se está dispuesto a aceptar la creación de una mente con entidad propia. Muy rico es el personaje como decía, y sólo por ello se acepta que todo hombre a su alrededor se convierta en su propia caricatura y que cada mujer sea una irracional imagen de sí misma, sirvientas, pero también amantes de un modo elocuente. El único propósito que surge con fuerza es el ensalzar la imagen de la “reina virgen” que parece respirar un aire distinto.
Las escenas son entrecortadas, como si pasaran hojas de un diario, pero parecen mucho más certeras que aquellas que tuvo que seguir Greta Garbo en su momento cuando protagonizó La reina Cristina de Suecia. Aquí nos encontramos ante un retrato terco y recio, en ocasiones asfixiante por tan reducido espacio en el que debe imponerse la voluntad de una reina distinta, aunque en apariencia, fuera criada bajo los mismos patrones que tantos otros reyes. Una película en la que se detallan de pasada los grandes logros de esta monarquía, pero que se toma su tiempo para sopesar los miedos y la furia de una persona a la que al nacer le asignaron una corona.
Sin duda tanta pasión nos devuelve una imagen fría, porque el personaje así lo estima, más allá de lo que el cineasta ha querido exprimir del mismo, porque la historia se repite, pero en ocasiones da margen para una pequeña mancha que lo cambie todo. Una que decide saber el lugar exacto donde se esconde el alma en nuestro cuerpo. ¿No es maravillosa la curiosidad humana?