La presión social sostenida en distintos contextos, el egoísmo de una sociedad cada vez más individualista y la constante lucha contra el miedo y la incertidumbre son algunas de las cuestiones que aborda el cineasta bangladesí Abdullah Mohammad Saad en su segundo largometraje tras Live From Dhaka, una mirada que se desliza del tejido patriarcal de un pueblo sobre el que el cineasta compone un relato trenzado por la injusticia a la que hará frente Rehana, la protagonista que da nombre al título del film (Rehana Maryam Noor en el original), tras presenciar una escena donde un profesor abusará presuntamente de una de las alumnas del centro en el que trabaja. Es entonces cuando dará inicio un periplo en pos de subsanar dicho abuso poniendo en tela de juicio los privilegios que se sustraen de una sociedad lastrada por el estigma, por el qué dirán, dando pie a un silencio que se produce en no pocos ámbitos y entornos, y que por si fuera poco refuerza ese egocentrismo sobre el que fluctúa una manera de ver y pensar donde lo único que prevalece es el provecho propio.
No sorprende que, en ese aspecto, todos aquellos personajes que conocen (y a los que hasta les atañe) dicha injusticia, decidan hacerse a un lado o sencillamente callar ante las posibles represalias o incluso ante los murmullos a su alrededor, haciendo del componente social de la cinta un ente atenazador, que les hace retroceder al no clamar por una sentencia o, cuanto menos, no demandar una equidad necesaria. Abdullah Mohammad Saad refuerza ese clima opresivo a través del aspecto visual del film, que se concreta en una fotografía de tonos fríos y azulados, acompañado de una cámara en mano que dota de cierta tirantez a la escena cuando esta lo requiere, y que acompasa además en sus ‹travellings› con una planificación donde abundan los planos medios, ofreciendo así sentido a una propuesta en la que prima lo comunicativo, esencialmente desde el gesto y la expresión corporal, y se generan situaciones donde esa frontalidad que se produce entre los distintos personajes adquiere un sentido muy específico, complementando tanto el tono discursivo de Rehana como una puesta en escena que consolida esa naturaleza reflexiva.
El cineasta atina también en el retrato de su personaje central, esa profesora adjunta que depende de sus familiares para poder cuidar a su hija —de cuyo comportamiento también se derivará alguna coyuntura que otorgará un trasfondo más firme, si cabe, a la obra—, espoleada por un fuerte carácter que la llevará a afrontar momentos de lo más tensos; obstinada, estricta y de rígidos valores, Rehana no cederá en ningún instante en sus intenciones, incluso cuando alguna que otra circunstancia bordee la amenaza. Es en el vigor de la protagonista donde el realizador encuentra no sólo argumentos, sino una fortaleza que se traslada en ocasiones al relato, y que si bien se topa con determinadas estridencias en la escritura —se le puede achacar alguna situación un tanto forzada que sirve a modo de truco desde el que hacer avanzar el guión—, hace de Rehana uno de esos ejercicios valiosos que halla además en el extraño desequilibrio que arroja las veces esa madre divorciada la tentativa desde la que componer un mosaico donde esa huida a contracorriente no sólo se determina en el aspecto social desde el que se proyecta el film, sino además en un constructo en el que el propio individuo termina padeciendo las consecuencias de aquello que repercute también en un indisociable aspecto psicológico.
Larga vida a la nueva carne.