El 4 octubre, durante la celebración del Festival Internacional de Cine de San Sebastián, se pudo ver como parte de la sección “Perlas de otros Festivales” la película Regreso a Ítaca. Allí estuvo casi todo el elenco masculino acompañando al director francés Laurent Cantet, durante la presentación oficial de la misma. Antes este mismo año, ya había participado en el Mostra Internazionale d’Arte Cinematografica de Venecia, dentro de la sección “Giornate degli Autori”, paralela a la oficial. Más allá de eso, un servidor acudía virgen de opiniones al pase, pensando simplemente que la primera vez que vi La clase (2008), del propio Cantet, me interesó y me pareció un trabajo honesto aunque imperfecto.
En Regreso a Ítaca asistimos al reencuentro de un grupo de 5 amigos en La Habana, Cuba. Amadeo acaba de regresar, tras 16 años de ausencia en los que ha vivido en Madrid, y lo están celebrando. Los años han pasado y todos están contentos de verse, pero la alegría del momento está llena de amargura y nadie la oculta. Es tiempo para recordar, repasar lo vivido, lo dejado atrás, lo abandonado y lo que se ha ido sin más. Comprobar en qué punto de sus vidas se encuentran, con añoranza y resentimiento. Durante lo que dura la película, todos los personajes se lanzarán reproches, típicos de una amistad de más de 20 años, rememorarán historias de sueños, rotos y cumplidos, en cualquier caso agridulces, hablarán desde la tarde hasta el amanecer, permaneciendo en vela, mientras el propio país es partícipe de la reunión como un sexto miembro de la misma, finalmente el más importante en el desarrollo de sus vidas y en la formación de sus caminos.
Estamos ante la generación que acababa de nacer en plena Memorias del subdesarrollo (Tomás G. Alea, 1968), los niños de entonces ya han llegado a la madurez, tienen hijos, lo mejor de sus vidas ya ha pasado y ellos mismos lo dejan claro. Mientras, escuchan las canciones de su juventud en un reproductor de CDs, miran viejas fotografías, charlan, rien y lloran. La película se muestra crítica con el régimen cubano, algo obvio más allá de las ideologías de cada uno, porque vivir sometidos o en situaciones de pobreza acaba con la gente. El valor de esta película consiste en que el director, con la inestimable ayuda en el guión del escritor cubano Leonardo Padura, no necesita mostrar con hechos lo que les ocurre a los que allí viven para llegar al espectador, como tampoco hizo falta en el documental Shoah (Claude Lanzmann, 1985) para que sintiésemos en nuestras carnes el horror de los campos de concentración Nazis. Las experiencias, contadas por ellos mismos, sirven para hacernos sentir la dicha y la desdicha que ellos sienten, han sentido y sentirán. Sabes que, pase lo que pase, esas vidas no pueden volver atrás y recuperar lo que les han arrebatado. Es por ello que se debe aplaudir, también, la naturalidad de las actuaciones de todos los actores que participan en Regreso a Ítaca, así como el guión y la dirección, ya que se complementan a la perfección, realizando una cinta sencilla, impulsada por el estilo de Laurent Cantet, y un retrato de la Cuba actual vista desde una terraza de la capital. La estampa de la decadencia.
Como el Ulises representado en El desprecio (Jean-Luc Godard, 1963), Amadeo también echa una mirada a su tierra prometida, pero al contrario que en la película del 63, donde su vista sólo alcanzaba a ver mar y vacío, aquí él encuentra un paisaje nostálgico, abarrotado a la par que desolador, donde la pobreza se extiende bajo un halo de alegría propio —según dicen los Índices que miden nuestra felicidad— de las gentes iberoamericanas. El protagonista se encuentra con, en palabras de Serrat, aquellas pequeñas cosas que creía que el tiempo y la ausencia mató.