No sé si habéis estado en internet últimamente, pero se ve que ha estado muy pesado (más de lo normal) con la nostalgia por los años 80 en el cine y la televisión (¿cosa extraña?). La nostalgia parece ser el sentimiento mayoritario del primer mundo, aparte del odio (también mayoritario en otros mundos). No sé el motivo, si se debe a añorar un tiempo pasado por encontrarte en él en inocencia casi total, o por estar en él en pleno descubrimiento de un universo que con mayor conocimiento tiende a entristecer o enfriar los sentimientos (mientras que al principio sorprende y emociona), pero es un tema que cansa bastante, tanto que ya se oye llegar a los nostálgicos de los 90.
La memoria individual
La memoria es una jodienda. Cuando la tienes está bien, pero cuando no la tienes o la pierdes, ¿qué te queda? Esa duda me planteo cuando pienso en los enfermos de Alzheimer. Cuanto más avanza esta enfermedad, el deterioro intelectual y personal tiende a empeorar, hasta el extremo de no sólo perder la memoria, sino también la esencia de uno mismo. ¿Qué ve una persona que es incapaz de retener recuerdos inmediatos y ha olvidado todo lo pasado? ¿Qué le queda? Seguramente la familia, aunque ellos no lo sepan.
La memoria colectiva
En cambio, lo bueno de la memoria colectiva es que no puede desaparecer. No hay enfermedad que la deteriore. Pero claro, al igual que la memoria de uno mismo, esta también se puede manipular. Tal vez nunca desaparezca del todo lo ocurrido en el pasado, pero se puede tergiversar. Por eso, supongo que los historiadores son necesarios, a pesar de que —al igual que los economistas— usen sus ideologías para justificar los hechos y antecedentes a su antojo (a veces). O los directores de cine (y los guionistas, los escritores, etc.), cada uno usando sus propios medios para entrar en la mente de sus receptores. Cada uno de ellos entenderá a su manera lo visto, leído o escuchado; unos se quedarán con la crítica, otros verán una parábola sobre ellos mismos, y otros se abstraerán sin más (sin importar las intenciones reales de cada autor).
Zhang Yimou vuelve al cine triste y bonito que nunca ha abandonado del todo. Ese cine plástico con copos de nieve y hojas caducas cayendo al suelo. Frialdad melancólica e impotencia emocional. No entraré más de lo debido en la trama, porque ya he dejado caer de qué va; lo interesante es que cada uno puede disfrutarla a su manera, y te acerques a ella desde un punto de vista emotivo o desde un punto de vista intelectual (especialmente si ya conoces el cine de Yimou), te encontrarás ante una película que eleva la media de calidad de los estrenos veraniegos.
Si bien Regreso a casa funciona sobre todo como parábola, a veces le exige demasiada credibilidad al espectador, al que pone al límite por culpa de todas las preguntas que se hará si abandona la premisa inicial basada en la crítica a un sistema político y sobre todo a su pasado como país y pueblo; pero si entras en la historia, vas a disfrutarla, porque además de ser bonita y triste (como ya he dicho), añade el componente familiar y el amor como elementos unificadores, en caso de que seas de esos que siempre perdonas, pero nunca olvidas.