De un tiempo a esta parte, los cineastas asiáticos están demostrando ser los mejores exportadores de thrillers de la cinematografía mundial y, sin embargo, muchos todavía echamos de menos uno de los hitos que caracterizó el Hong Kong de los noventa: su cine de acción. Y es que si bien es cierto que el thriller se acerca a un género donde se prodigaron directores en pleno auge por aquel entonces como John Woo o Ringo Lam, e incluso nombres como los de Na Hong-jin rememoran secuencias portentosas bajo este nuevo prisma, es complicado olvidar hitos como Hardboiled o Full Contact y pasar página tan fácilmente.
Quizá es por ese multitudinario acercamiento al thriller que se está produciendo en países como Corea del Sur o la propia Hong Kong, que sorprende toparse con una propuesta tan llana y directa como The Raid (me niego a emplear ese título carnaza de videoclub que le han endosado, por mucho que sólo lo vayamos a poder ver en los estantes de esas pequeñas cinematecas), que propone un aislamiento de las claves que han espoleado oriente al éxito, trazando una línea de lo más simple y dejando bien claro en que terreno se manejará el trabajo dirigido por Gareth Evans en un país como Indonesia (hecho éste, que sorprende todavía más debido a las pocas aspiraciones que parece tener una cinematografía así pese a autores como Joko Anwar).
Una jungla de hormigón armado (si me permiten la licencia, en clara comparación con el título de McTiernan, La jungla de cristal) sirve como pretexto perfecto para articular una de esas cintas cuya historia es lo de menos y donde prevalecen las emociones más primarias para dar paso a un vendaval de violencia inusitado que topa frontalmente con las aspiraciones de un espectador que, con poco, las verá rebasadas por completo. Es tan primario el film del director galés que desde buen principio ya está definiendo caracteres con una franqueza extrema: a un lado, un protagonista que dejará atrás a su mujer embarazada para entrar en esa jungla de hormigón, al otro, un temible capo al que no le tiembla el pulso en el momento de ejecutar a sus rehenes, y con una premisa tan funcional, las primeras secuencias de una acción portentosamente coreografiada no tardarán en llegar.
En el epicentro de las mismas, un nombre propio, el de Iko Uwais que repite con Evans tras protagonizar también su anterior film, Merantau, y que compone como coreógrafo del film algunas secuencias de acción simplemente apabullantes que, además de sorprender por lo impresionante de las mismas, sobresalen gracias al talento que posee el director para componer imágenes.
Si alguien pensaba que Evans lo deja todo en manos de momentos de acción magníficamente concebidos, marra al menospreciar la pericia de un cineasta que, ya sea montando esas escenas de sello único y propio, o realizando algo tan sencillo como una elipsis que nos transporta de un piso a otro, da en el clavo mostrando poseer un talento visual sin el que, en ocasiones, no serían lo mismo algunos de esos instantes que Uwais y su equipo concibe con una vehemencia y brutalidad fuera de lo común, que fueron los que salpicaron un trailer que empezó a levantar ya revuelo entre todos los amantes del género.
Su faceta dramática, por otro lado, es reducida a la mínima expresión (en especial, teniendo en cuenta esa historia entre dos hermanos que hay tras la trama) y en The Raid apenas tienen cabida esos momentos que Evans maneja a la perfección sin abusar de recursos primarios y evidentes (como podrían ser secuencias dramáticas con ralentí o incluso un empleo de la banda sonora más agravante según el momento), así como concibiendo siempre, y antes que nada, un espacio para una acción que es capaz de demoler abdómenes, cabezas e incluso paredes y suelos.
Así, el el único fin de construir una cinta donde la violencia no sea tanto su principal empuñadura, sino más bien un espectáculo que en The Raid se concibe como ágil y vertical, y que quizá no llega a emular a los grandes títulos del género (ni lo pretende, para qué engañarnos), pero se concibe como un todo sin necesidad de que uno crea que se encuentra ante otro de esos videojuegos donde la interactividad con el espectador es cercana al cero, hace de este título una de esas joyas imprescindibles de género, y es que la acción no veía algo así desde hace tantísimo tiempo, que incluso su medido colofón parece pedir a gritos algo más contundente cuando en realidad el final que le otorga Evans es perfecto.
Larga vida a la nueva carne.