Siento una enorme atracción hacia el cine de Yasuzo Masumura. No sé explicar muy bien el motivo de tal influjo. Quizás sea su puesta en escena moderna y desinhibida en la cual el maestro pone la carne en el asador en cada fotograma para mostrarnos los más primitivos instintos que dominan las diversas formas de relación establecidas por el ser humano. No descubro nada si afirmo que con Masumura el cine japonés dio un giro de 180 grados de modo que la habitual timidez nipona a la hora de rodar escenas de sexo (o incluso timoratos e inocentes besos) dio lugar a un mayor gusto por filmar escenas explícitas de desnudos y coitos sin rubor alguno. Yasuzo formó junto con Nagisa Oshima, Seijun Suzuki, Masahiro Shinoda, Yoshishige Yoshida e Hiroshi Teshigahara la santísima trinidad de la nueva ola que sacudió en los años sesenta al cine japonés poniendo así patas arriba los esquemas tradicionales que habían llevado a la cinematografía nipona a las más altas cotas de aceptación crítica y popular.
Es más, el cine del maestro Masumura me recuerda y mucho al del cineasta español Pedro Almodóvar tanto por su estilo estético cuasi onírico que huye de todo atisbo de realidad más cercana al cine social (también en este sentido podríamos comparar este esquema con el empleado por Douglas Sirk en sus películas de los años cincuenta para los estudios Universal) como fundamentalmente por sus obsesiones fundadas en una visión femenina del mundo así como en su regusto por mostrar escenas de sexo en primer plano como muestra de la depravación que domina en la sociedad contemporánea, pero otorgando una visión compasiva a los desplazados del sistema que se identifican con aquellos que no reprimen sus pasiones más primarias a pesar de la opresión que los convencionalismos sociales ejercen sobre las mismas.
Resulta complejo decidir cual es la película de Masumura que más me ha cautivado puesto que la filmografía del oriental se encuentra plagada de obras poseedoras de un enorme poder de atracción tales como Kisses, Música, La bestia ciega, Manji, Tatuaje o A Wife confesses por citar sus obras más conocidas entre el gran público. Sin embargo, la cinta que más me cautiva de su arte es sin duda Red angel, una extrañísima y compleja obra realizada en pleno esplendor artístico en la carrera del japonés en la que se manifiestan de un modo distinto esas obsesiones de las que habíamos hablado anteriormente. Podríamos catalogarla como una cinta bélica de carácter extremadamente grotesco e incluso surrealista estructurada en torno a las vivencias de una bisoña enfermera en el frente bélico situado en pleno conflicto chino-japonés que desembocaría de lleno en la II Guerra Mundial, así como alrededor de la asfixiante historia de amor emanada en las trincheras de batalla entre la sanitaria y un desesperanzado doctor especialista en amputar los órganos locomotores de los soldados heridos que arriban a su hospital de campaña como única táctica para mantener con vida a los maltrechos soldados golpeados por las bombas en la primera línea del frente debido a la escasez de medios materiales con los que se halla surtido el centro hospitalario.
La película se narra a través de un recurso muy empleado en el cine para otorgar estructura literaria a la historia, el cual no es otro que la voz en off de la enfermera Nishi (la protagonista absoluta del film magistralmente interpretada por la actriz fetiche del director japonés Ayako Wakao, intérprete de inolvidable y atractiva presencia para los fans de Masumura en esa rupturista película que giraba en torno al universo de la homosexualidad femenina como fue Manji). Con su habitual ritmo dinámico carente de pausas innecesarias evitando de este modo caer en los brazos del tedio, Masumura perfila a la enfermera con tan solo un par de secuencias, presentando a una Nishi idealista e inocente que acude a la llamada del Imperio para tratar de ayudar en la medida que sea posible a los maltrechos soldados doloridos por sus heridas de guerra. Con todo, la primeriza ilusión de Nishi en prestar sus servicios y conocimientos terapéuticos chocarán de frente con la cruda realidad de la guerra dado que a diferencia de sus originarias creencias, Nishi se topará en el hospital de campaña con unos soldados hastiados de la lucha armada cuya única ambición será dar rienda suelta a sus obscenas apetencias sexuales con las jóvenes enfermeras arribadas al hospital. Así en la primera noche de su estancia en en el frente Nishi será violada por un soldado herido ante los aplausos y miradas perversas del resto de sus compañeros los cuales acudirán igualmente a su cita con el sexo dispensado de forma obligada por la joven Nishi.
A partir de este momento, la trama avanzará sin freno siguiendo los pasos de Nishi en los distintos emplazamientos a los que es asignada a lo largo de la cruel guerra, estructurando dichas epopeyas por medio de pequeñas subtramas acontecidas en los diferentes escenarios de batalla. Así seremos testigos de la degradación profesional de Nishi puesto que su labor se verá reducida a una simple atracción sexual, dado que los soldados verán la presencia de la enfermera más como un juguete con el que satisfacer sus deseos más primarios en lugar de mirarla como una empleada dedicada a atemperar sus dolencias con los precisos cuidados paliativos. Derrotada psicológicamente ante los horrores contemplados, Nishi acabará arrastrada por la degeneración que domina el ambiente, dejando pues que su cuerpo sirva de medicamento a los soldados mutilados los cuales son conocedores que su regreso a la vida civil carecerá de esperanzas por las taras sufridas en sus cuerpos.
Igualmente Nishi comenzará una redentora relación amorosa con el Dr. Okabe, un descreído galeno harto de visualizar los terribles efectos que la batalla plasma en los miembros del ejército y sabedor de la futura derrota de su país en una guerra de quiméricas e imposibles aspiraciones de victoria. La enfermera se apiadará del tormento que padece Okabe por el hecho de tener que amputar las piernas y brazos de los soldados como único medio de mantener con vida a los heridos, depresión tortuosa que Okabe trata de olvidar por medio de su adicción a la morfina, droga que ha causado en el médico una primaria impotencia sexual. El trato diario que mantendrá Nishi con Okabe causará una intensa atracción sexual entre ambos que será el único oasis situado en el infierno bélico en el que Nishi hallará esa comprensión y humanismo que parece desaparecido en la realidad del día a día.
Masumura no deja resquicio para la esperanza otorgando al film un ambiente apocalíptico y depravado como pocas cintas son capaces de retratar. Por consiguiente la película muestra en primer plano las funestas consecuencias de la lucha armada fotografiando amputaciones de piernas en serie como si de una cadena de montaje de la industria automovilística se tratara. Masumura no hace ascos en reflejar la carne y la sangre putrefacta de los soldados en escenas de tinte claramente gore que se quedan marcadas en la mente (inolvidable es la escena en la que las piernas amputadas de los soldados se acumulan en un barril de vino a modo de un alimento en conserva para ser degustado por animales carnívoros en un banquete de sangre). La cinta aprovecha la opción que plantea el hecho de estar centrada en la aberración de la II Guerra Mundial para plagar el metraje de escenas de carnicería truculenta que destapa la humillación que supone para los soldados perder sus elementos motrices. El autor asiático destierra todo atisbo de heroísmo dotando por contra el escenario de un cosmos de derrota tanto física como psicológica exponiendo las miserias y mezquindades que la guerra implanta en el cerebro de las personas que viven la guerra en primera persona. No son ni el valor ni el compañerismo las virtudes que brotan del conflicto sino que son la perdición y la locura los elementos que se instauran en el ser humano sin posibilidad de que los mismos puedan ser desprendidos en un futuro a corto plazo.
La fotografía en blanco y negro, sucia, de imágenes infectadas por el terror, el vicio y la degradación moral ayuda a crear un contexto pleno de claustrofobia y catastrófico fracaso. Si hay una palabra por tanto que define a la cinta esa es desgarradora. Desgarro que penetra hasta el fondo de la carne en los últimos minutos de la cinta, un auténtico infierno fotografiado en primer plano en el que la enfermedad y el sin sentido de la guerra son esbozados de forma fidedigna y descarnada retratando la lucha contra un enemigo invisible (genialidad de Masumura dado que en ningún momento de la cinta se muestra la cara del oponente chino centrándose por tanto exclusivamente en mostrar las mezquindades presentes en el propio frente japonés) que devora el alma del ser humano en un escenario pintado de muerte y putrefacción. El erotismo penetrante con el que dota Masumura las escenas más potentes del film supone el oxígeno reparador que utiliza el director japonés para indicar que únicamente se alcanzará la la felicidad desatando las cadenas que oprimen la libertad y abandonando por tanto los miedos en favor de aquello que nos hace libres.
Sin duda Red angel es una obra de una brutalidad sublime que demuestra que la guerra es un ente desalmado y cruel que arrasa con todo atisbo de humanismo presente en el espíritu humano. Ya en el cine japonés de la época otros cineastas habían gritado este paradigma con una voz igualmente demoledora, pues unos años antes ya habían aparecido en pantalla grande cintas tan tremendas como Nobi, La trilogía La condición humana o Historia de una prostituta (cinta de Seijun Suzuki que ostenta una trama similar a Red angel). No obstante, la genialidad de Masumura se basó en el hecho de dotar a su criatura de un halo sombrío y tenebroso a la vez que erótico sin que ello supusiese el dibujo de una caricatura que se prestara al chiste fácil. Con una sensibilidad inalcanzable que hiela el espíritu esta es sin duda una de las obras más singulares e hipnóticas del arte de ese genio de la nueva ola japonesa llamado Yasuzo Masumura.
Todo modo de amor al cine.