Con esta Reborn culmina la ambiciosa trilogía hiperrealista, con aspiraciones de revolucionar la esfera cinematográfica legando una nueva grafía destructora de líneas clásicas, ideada por el autor israelí Yaron Shani. Una trilogía muy irregular, que va de más a menos como he comentado en anteriores reseñas, siendo su desenlace la más floja de todas las propuestas. Llama la atención que una trilogía tan compacta como esta, en la cual los personajes, ambientes, situaciones y paisajes mostrados en cada una de las películas se entrecruzan bajo la forma de apariciones fugaces de secuencias, protagonistas y capítulos que fueron el nudo principal de sus películas hermanas en la historia principal que vertebra la cinta, sea tan desigual en resultados.
En mi opinión, ello se debe a la ambición desmesurada de Shani por tratar de instaurar un nuevo lenguaje al estilo de los cineastas realistas más extremos. Lejos de innovar, los esquemas empleados por Shani se observan próximos y menos solventes que los tejidos por otros cineastas de su misma tendencia, como por ejemplo el mexicano Michel Franco. Su explotación de la improvisación, así como su aireada intención de trabajar sin un guion premarcado o su gusto por agrupar actores no profesionales lejanos a los métodos académicos de interpretación resultan principios no ajenos y ya explotados por algunos de los mejores cineastas de varias generaciones y épocas.
Y, por tanto, si todos estos ingredientes no se condimentan con gusto y cierto equilibrio emocional, acaban dándose de bruces con la cruda realidad, que no es otra que la impresión de estar contemplando una farsa muy calculada, justo el propósito contrario que se pretendía.
En este último vector, la trama se fijará en Avigail, la mujer timorata y apocada de ese policía violento que se tomó la justicia por su mano al final de Chained. La historia partirá justo después del momento en que Avigail ha tenido que abortar, siendo éste un martirio que tortura la débil y frágil mente de la enfermera hasta llevarla al punto de colapsar al no saber que rumbo debe tomar su desafortunada existencia.
Anulada por las continuas discusiones que enfrentan a su marido y a su hija Yasmin, Avigail encontrará refugio emocional cuando conoce en el hospital a una joven stripper que está atendiendo a un enfermo terminal. A través de esta joven, Avigail aterrizará en el entorno de una guía espiritual-hermana de la nueva amiga de Avigail —de ideas hippies y feministas que ofrece charlas acerca del carácter místico de la maternidad—. De esta manera, Avigail decidirá ir un fin de semana a una finca donde tendrá lugar una convivencia metafísica que aspira a exaltar los aspectos más esotéricos del significado de ser mujer, así como reafirmar y reivindicar la feminidad como ente libertador.
Este hecho no será muy bien recibido por el marido de Avigail. Pero la convivencia despertará esa vertiente de rebeldía que Avigail no se atrevía a desatar, de modo que ésta logrará zafarse del férreo control de su marido, decidiendo de este modo ponerse de lado de su hija Yasmin y optando por apartar de su lado a un hombre que suprimía cualquiera de sus pocos deseos individuales.
La película narrará a partir de este momento el viaje de renacimiento y liberación emprendido por la protagonista, y en paralelo nos contará los trastornos, complejos y reveses que experimentarán esas mujeres que cruzaron sus caminos con Avigail.
Demasiado deslavazada, imprecisa, con unas intérpretes muy flojitas —salvo honrosas excepciones— que no insuflan en ningún momento algún brote de carisma que permita conectar con las situaciones reflejadas, y algunas secuencias bastante aparatosas (como esa escena en la que aparentemente visualizamos un nacimiento real, pero cuyos cortes de montaje dejan entrever que ese niño recién nacido lleva más de un segundo en este mundo), Reborn acaba siendo presa de sus propias intenciones, convertida en un teatro que hace complicado que surja el enamoramiento instantáneo.
Otro hecho que impide enganchar con la propuesta resulta la ausencia de personajes con los que poder empatizar. Todos ellos son bastante insípidos, cuando no quisquillosos (la niña Yasmin ejerce otra vez de verdulera regalándonos otra de esas secuencias de peleas con su padrastro que más parece un sketch auto-paródico, o esa gurú que no deja de actuar como un alma demasiado cercana al esperpento). Tan solo el personaje de esa mujer desdichada que trata de salvar los obstáculos existenciales que le impiden ser feliz abandonando su cárcel diurna por el desenfreno nocturno, vendiendo su cuerpo con el fin ser saboreado por vampiros masculinos, merece cierta atención. Si bien lo escasamente explotada que se siente su presencia acaba por dejar de lado una subtrama que bien podría haber merecido mucha más atención.
Por contra, como punto seductor presente en todas las películas de la trilogía, se destapa ese disfraz visual muy pulcro y preciosista que embellece la pantalla con unos encuadres académicos y ciertamente sabrosos. Unos aspectos externos que desgraciadamente no son suficientes para inyectar emociones fuertes en los más efímeros y desnutridos engranajes intimistas de las profundidades espirituales que trata de abordar el film. Eso sí, no estamos ante una mala película ni mucho menos. Sí, en mi opinión, ante una película irregular que podría haber deparado mejores y más notables resultados si se hubiera optado más por la sencillez en lugar de por el ornamento emocional. Por tanto, mis palabras no deben interpretarse como descalificativos que avisan que hay que huir del visionado del film. Son solo una queja, pues creo que la película podría haber resultado mucho mejor si su planteamiento hubiera sido otro.
El magnífico retrato conceptual con el que se concibe la película no es suficiente como para lograr enamorar a un público que seguramente habrá visto lo que propone Shani con mejores encajes y resultados. El cine del ya mencionado Michel Franco es un ejemplo de esta afirmación. Una pena, porque la trilogía culmina de la peor de las formas. Con su título más olvidable. Una cinta que acaba siendo devorada por su ego, derivando su camino hacia un contorno bufo. Y es una pena, porque en su conjunto nos hallamos ante una trilogía muy interesante por su áspera, salvaje y feroz superficie. Lástima que sus entrañas no continúen con la esfera que demuestra cuan antropófagos y carniceros se alzan las lindes que delimitan los quebrados y misteriosos terrenos del amor.
Todo modo de amor al cine.