Bastantes escritos sitúan los orígenes del polar -cine policíaco francés- en las primeras aportaciones a este fantástico género cinematográfico del maestro Jean Pierre Melville con su Bob el jugador –también hay otros que lo ubican en el Rififí de Jules Dassin-. Indudablemente la original cinta del galo ostentaba todas las características presentes en el polar tales como la centralización de la narración de la historia en el universo de los delincuentes, humanizando por tanto la figura del criminal al dibujarle con un perfil eminentemente humano sacando pues a la luz sus miedos, fobias y anhelos para que éstos fueran observados en primera persona por el espectador y también el empleo de una violencia seca y muy áspera que a modo de pequeñas pinceladas adornaban con unas gotas de ardor unas epopeyas más interesadas en los aspectos psicológicos y melodramáticos que en la pura acción.
Sin embargo a principios de los años cincuenta ya se habían producido una serie de películas que ciertamente sentaron las bases del movimiento como por ejemplo la magnífica No toquéis la pasta de Jacques Becker o la cinta protagonista de esta reseña la enigmática y documental Razzia sur la Chnouf , film de cualidades innatas para la seducción e inclasificable en cuanto a su estilo narrativo. Lo primero que llama poderosamente la atención del film se halla en su guionista, nada más y nada menos que el antiguo delincuente y posterior dramaturgo y poeta Auguste Le Breton, guionista de Rififí y no cabe duda que un emblema de la novela negra francesa. Lo segundo reside en su carácter marcadamente documental, iniciando la trama con una carta de intenciones en la cual se indicará el deseo de los productores de retratar el submundo del tráfico de drogas parisino desde un punto de vista realista fotografiando así los demonios y mezquindades de las alcantarillas de la ciudad con un sentido instructivo para evitar de este modo la caída en él de nuevos aspirantes a yonkis (tal es este carácter cuasi neorrealista que el propio Auguste Le Breton se reservó un cameo interpretándose a sí mismo bajo el disfraz de un traficante de drogas). Y finalmente el otro punto fuerte de la cinta radica en su protagonista absoluto, un Jean Gabin que da el do de pecho en cada secuencia y que gracias a la pericia de Henri Decoin se convertirá en los ojos del espectador y por tanto en el auténtico narrador de la historia ya que la cámara no se despegará en ningún momento de su imperial presencia siguiendo sus pasos a cada instante en su recorrido a través de las cloacas, antros de mala muerte y fumaderos de opio que visitará a lo largo de la trama en los que conocerá a toda una estrafalaria galería de personajes que van desde maricas de terciopelo, químicos adictos al opio atrapados por su negligente conducta, aspirantes a criminales con aires de grandeza y traicionera actitud, drogadictas con el mono enganchado a la espalda que venden su sed traficando con su cuerpo y también como dealers de saldo, matones de poca monta, mafiosos herederos de sus homólogos americanos o inmigrantes atrapados en una red de pobreza, perversión y vicio.
La cinta arranca mostrando la llegada a París de Henri Ferré (alias el de Nantes interpretado como no por Jean Gabin), un misterioso miembro de la mafia americana que ha acudido a la ciudad francesa tras la llamada del jefe de la organización especializada en el tráfico de drogas con sede en la capital gala para organizar los pequeños desbarajustes que parece se están aconteciendo últimamente en forma de golpes policiales y traiciones de varios miembros de la misma. Como tapadera a Henri le será asignada la gestión de un bar en el que trabaja una bella camarera, que instantáneamente alterará con su aroma las feromonas sexuales del viejo mafioso, al que acudirán cada noche toda una gama de delincuentes y depravados fascinados por el olor del vicio. Para poder poner en orden e implantar sus duros protocolos de control, Henri solicitará al jefe conocer las intrincadas redes y conexiones de la trama mafiosa para así llamar la atención y establecer férreos nudos de inspección y examen a aquellos miembros que incumplan las reglas instituidas. De este modo, Henri se entrevistará con los principales componentes de la empresa, frecuentando así mismo los tugurios y cada rincón constitutivo de los cimientos de la estructura mafiosa. En su recorrido se verá acompañado por dos matones encargados de realizar el trabajo sucio (uno de ellos interpretado por un joven Lino Ventura en uno de sus primeros papeles de hombre duro que marcaron su trayectoria en el cine francés) que convertirán en la amenaza en la sombra de Henri y por las sospechas de la existencia de un soplón en la compañía que a pesar de los rígidos procedimientos decretados por Henri parece que sigue alimentando de información a la policía. ¿Quién será ese enigmático chivato?
He de resaltar que este no es el típico thriller de intriga y acción que tanto suele gustar a los fanáticos del género negro. Al revés, el suspense y el vigor brillan por su ausencia, siendo el aspecto dramático el principal sustento que soporta el argumento del film. Las escenas violentas son escasas, si bien rodadas con un estilo vigoroso y arisco a modo de fogonazo de pasión, brindando pues una rabia y brusquedad desconocida para el mayoritariamente políticamente correcto cine negro americano (excluida la serie B). Así Decoin no dudará en filmar en primerísimos planos palizas, disparos a bocajarro, torsos femeninos semi-desnudos, puñetazos destructores del rostro facial o drogadictas en el punto álgido de su mono que no titubearán en prostituirse en humeantes antros únicamente frecuentados por inmigrantes africanos, ante la mirada voyeur de los clientes, bailando a ritmo de tambor tribal su adicción junto con un vigoroso bailarín negro con el torso desnudo. Pero, estos impactos visuales serán solamente la excusa que darán sentido al verdadero principio que rige el argumento del film que no es otro que el viaje a los infiernos de la ciudad de tono desprendido de afectos y demagogias llevado a cabo por el personaje interpretado por Gabin. Así, la esencia del film se centrará en las diferentes interrelaciones que se establecerán entre Henri y los diversos integrantes de la organización, sin que exista ni un ápice de suspense ni la típica historia de persecución policial al estilo del gato y el ratón que tantas veces se ha empleado en este tipo de películas para insertar en las mismas las gotas de suspense que demanda el espectador.
Y esto para un servidor es el gran acierto de la película. La carencia de elementos policiales insufla en el film un aura diferente e inquietante al mostrar sin tapujos y de cerca el vertedero invisible para el ciudadano medio existente en las grandes urbes. Ello se logra gracias a la estupenda fotografía en blanco y negro (sin duda una de las virtudes irrefutables del film) apoyada en un juego de sombras y claro oscuros muy expresionistas a la vez que elegantes que resaltan la crudeza del sub-mundo de las drogas que radiografía a la perfección el film. En este sentido, Decoin muestra una clara querencia a situar los escenarios del film en lugares repletos de humo y en oscuros callejones sin salida lo que ayuda a despuntar ese entorno de vicio y perversión que caracteriza el cosmos del tráfico de sustancias estupefacientes. Y es que esta es una película que basa su poder de fascinación y hechizo en su perfecta ambientación de atmósferas cargadas de depravación e inmoralidad, pero sin caer en la frivolidad y la exageración, sino desde la contención y la pulcritud en la puesta en escena, hecho que para mí convierte a la cinta en una rara avis de grandiosos resultados. Esta es una película de contextos y escenarios nocturnos que huye de la seguridad que procura al ciudadano la luminosidad que trae el día moviéndose por ello en esos círculos golfos y libertinos que la puesta del sol trae consigo, pintando así una especie de infierno de parajes dantescos y próximos para golpear de este modo la tranquila mente del espectador.
Sin duda, la principal bondad de la película consiste en la total ausencia de argucias evitando así retratar al delincuente a imagen y semejanza de esos criminales malignos que aturden la conciencia del ciudadano medio. Al revés, el delincuente de Razzia sur la Chnouf posee un perfil perfectamente trasladable a un honrado trabajador lo cual acerca al público con una mirada realista la personalidad de estos habitantes de la intimidación y el miedo. Quizás el punto que menos me atrae de la película sea el giro con el que concluye la epopeya, un vuelco metido con calzador para acomodar el resultado final del film y que provoca que la película pierda algo de ese halo de credibilidad que había logrado a lo largo del metraje precedente. Sin embargo, ello no impide que Razzia sur la Chnouf se haya convertido con el paso del tiempo en una de las piezas claves del polar seminal y una de las mejores muestras del cine ambientado en escenarios underground con talante claramente documental que mantiene fresca toda su esencia a pesar del paso del tiempo.
Todo modo de amor al cine.