A mediados de los setenta, el presidente de Mozambique Samora Machel denuncia las miserias del colonialismo portugués en un discurso con el que da comienzo A luta continua. Esa misma es una de las consignas que grita delante antes los micrófonos y el público que lo aclama. Es la misma frase que sirve como título para este mediometraje documental del año 2013. La lucha continúa más de cuatro décadas después en un país poblado por casi veintidós millones de habitantes, un estado africano que, además de otras situaciones de pobreza, uno de sus mayores retos es que no puede recibir atención médica para gran parte de sus habitantes, en muchos casos.
El estreno en salas cinematográficas del largometraje de animación y documental Un día más con vida, codirigido junto a Damian Nenow, permite revisar un trabajo anterior de Raúl de la Fuente, director, guionista, montador y operador de cámara que, por supuesto, no es un recién llegado al mundo audiovisual. Desde la compañía Kanaki Films, en la que produce sus films con Amaia Remírez, el cineasta ha dirigido varios cortos como Minerita, La virgen negra o La fiebre del oro. Mediometrajes en el caso de la trilogía de Haiti, compuesta por Bad card, Tattoo love y Elle. Además de los largos I am Haiti y Nömadak Tx, realizado este último junto a Pablo Iraburu, Harkaitz Martínez de San Vicente e Igor Otxoa.
La filmografía del director está enmarcada en el género documental con aproximaciones a la República de Haití —las citadas anteriormente—. Así como Colombia y Bolivia dentro de América. Por otra parte destacan las obras que se desarrollan en países del continente africano, ya sea Angola, Costa de Marfil o Mozambique. En este país el autor realiza un documental auspiciado por la organización Medicus Mundi, un trabajo que se puede ver en este enlace. Por medio de imágenes de archivo registradas en los años setenta y ochenta durante los enfrentamientos contra los portugueses, más la posterior guerra civil mozambiqueña que se prolongó hasta 1992, la prosperidad de un país en busca de su libertad y democracia sufrió el mismo revés que otros estados descolonizados, afectados por la explotación de multinacionales extranjeras desde Norteamérica, Canadá, Europa y Sudáfrica. La cinta enfoca el punto de vista en un sistema sanitario público muy escaso, con un médico por cada veinticinco mil habitantes, frente a los doscientos cincuenta que atiende de media un profesional en España. Otras cifras de renta per cápita evidencian la situación precaria de Mozambique, apuntalada por la intervención de organizaciones no gubernamentales e instituciones extranjeras que cooperan en la salud. Sin embargo, muchos de los entrevistados coinciden en la burocracia de esos grupos que redundan en caridad pero entorpecen los beneficios sociales por querer imponer cada uno sus propios intereses. La situación se complica más por el crecimiento de una sanidad privada a la que pueden acceder los habitantes que trabajan en zonas de explotación minera y recursos financiados por multinacionales. O de los mismos extranjeros que han emigrado desde otros continentes para trabajar en esas mismas empresas.
Raúl de la Fuente recurre a las declaraciones de cargos pertenecientes al Ministerio de Salud (MISAU) que no eluden la crítica tanto a las organizaciones extranjeras, y multinacionales como a su propio gobierno. Del mismo modo responden los integrantes que realizan su trabajo allí por ONG. Pero la fuerza del documental se alterna en las secuencias que muestran a Hermelinda, una mozambiqueña que recorre a pie el camino desde su aldea hasta el centro de salud más próximo, situado a veinte kilómetros de distancia, embarazada y llevando en bandolera a otro de sus hijos. O las labores de Esperanza y otras enfermeras que se hacen cargo como pueden de sus pacientes, sin la ayuda de doctores y con los anaqueles de medicamentos, vacíos durante semanas.
La composición musical del habitual colaborador Mikel Salas, es otro de los elementos que utiliza el director, una composición progresiva, en tensión constante y con una coda final esperanzadora que acompaña una escena de un parto en un final demoledor, que no es tratado con efectismo, sino de forma naturalista, un detalle que lo hace más potente.
El cineasta respeta los testimonios de los entrevistados, tratando de buscar las razones que llevan a ese inmovilismo de un sistema público sanitario insuficiente por capacidad económica, humana y material. Una sanidad enfrentada a grandes enfermedades como la malaria y el SIDA. La crítica más evidente de la situación aparece en una secuencia que se alterna con la voz en off de los entrevistados, durante una cumbre en la que los presentes comen canapés, un contraste doloroso ante tantas carencias. O un cartel que informa del rechazo a participar en el documental, por parte de Canadá y Estados Unidos.
La emisión de reportajes como A luta continua era muy corriente en televisiones como RTVE hace muchos años, ya fuera en Informe semanal o Documentos TV entre otros programas informativos. Este tipo de reportajes ya no tienen cabida por carecer de un apoyo, ni un plazo adecuado de tiempos para desarrollarlos en canales de televisión. Quizás por eso resultan imprescindibles en la producción actual de documentales que se estrenan en salas o son realizados para organizaciones como es el caso reseñado. Aunque Raúl de la Fuente sea más conocido ahora por su primer trabajo cercano a la ficción, pero apoyado en el mundo de los corresponsales en zonas afectadas por guerras y pobreza, su experiencia previa demuestra un sentido ético, riguroso e implicado en el documental de investigación canónico, con voluntad divulgativa y sin perder de vista el ritmo narrativo e interés para el espectador.