Rage, la última película de Lee Sang-il, confunde enormemente al intentar desentrañar su naturalidad. Su premisa, alude a las andanzas de un asesino en serie cuya principal particularidad, amén de una brutalidad exasperante, es la firma de la palabra “Ira” en algunos de sus homicidios; la coyuntura se presenta bajo un opening de interesante calado, repleto de brutalidad escénica, que nos adentra en el campo de acción lógico de una historia de estas características con un envoltorio atmosférico sórdido, cruento y salvaje. Dinamitando las esperanzas de quien esperase ver una cinta desarrollada por estas lindes, Rage comenzará a converger en una narrativa de historias cruzadas donde la incertidumbre de la identidad del asesino hará de reducto núcleo de unión: la prototípica pareja de detectives, una relación homosexual o un padre que debe recuperar a una hija sumergida en el submundo de la prostitución son algunas de las diatribas expuestas en esta interrelación de caracteres.
Si bien el cambio de tono pudiera desagradar a quien esperase un producto marcado por las aristas del thriller, lo cierto es que las lógicas inmersiones por el drama funcionan hacia la unidad que consiguen las subtramas en su contexto, una oda a la inmersión de un individuo desconocido desde una germinal inquietud o inseguridad, analizando la posterior capacidad de integración. En el habitual corte intimista asiático hacia el tratado de las relaciones, Lee Sang-Il construye un drama de entereza, bajo un hilo de suspense y tensión cuando se nos introducen en cada uno de los potencialmente sospechosos, cúmulos narrativos en sus conexiones con el thriller, enganche contextual para lo que el director estipula: esa inmersión de lo desconocido en lo cotidiano, en sus dramas interpersonales; pero Rage esconde un reverso donde vislumbrar cierto atisbo de incomodidad, cercano a la enajenada concepción de los hechos de los protagonistas, acechados por las macabras huellas de un asesino en serie de estremecedora obra.
Aún con cierta disonancia en el calado de algunas de las historias (especialmente la dedicada a una mujer sumergida en las lindes de una paradisiaca isla), más por contexto que por fondo, se compensa gracias a la unidad temática en su repaso interno hacia los protagonistas, acechados por la inquietud y la búsqueda personal (casi paradigma en sí mismo de los dramas nipones), en batalla contra su propia debilidad, y bajo un oprimido espectro social aludido a su campo de convivencia. En una sumersión clara hacia la propia idiosincrasia de su mensaje, la película funciona, aunque su excesiva duración acaba fraguando ligeros problemas de ritmo y la narrativa vinculante entre sus historias deja ciertos atisbos de galimatías escénico. Quizá por su intento de fidelidad hacia su material de partida, la novela de Shûichi Yoshida, o por un compromiso extremo hacia la equidad a la hora de abordar su abanico de personajes, el film se disfruta como un drama planteado con mucho tesón e inteligencia en su comprensión, con la querencia por el excelso esquema emocional tan propio del director, algo que en algunos momentos pudiera exhibirse en un exceso cercano a la paranoia dramática; especialmente se percibirá esto en un desenlace no tan redondo en la naturalidad vista en el resto de la película.
Auspiciada por un grupo de actores comprometidos, donde destacará un rostro tan conocido como Ken Watanabe, con su desenlace sucumbirá el núcleo contextual del drama: la duda, el rechazo preconcebido y la capacidad por derrotarlo. Una acepción dramática seguramente vista en otras ocasiones, pero aquí en el marco cruel del sórdido thriller (recurrido especialmente, y a modo de introducción, en el ya mentado opening) será donde el film goce de inesperada vicisitud hacia la ferocidad atmosférica, esquema que no debe confundirse con las verdaderas intenciones de la película. Un discurso hacia la contención de esa rabia aludida en el título, de la lucha por ganar a la desconfianza cuando la demencia domina la situación y la capacidad por descubrir las emotividades intrínsecas. Un buen drama bajo las ínfulas del thriller, personalísimo en ejecución, pero que requiere un compromiso extra por parte del espectador.