El cineasta rumano Radu Muntean estrena en España película con Entre valles (Întregalde, 2021), y desde Cine Maldito aprovechamos la ocasión para hablar de una de sus obras más reconocidas internacionalmente, el filme El papel será azul (Hîrtia va fi albastrã, 2006).
La cinta comienza con una secuencia impactante, de esos arranques fuertes que se le quedan a uno en la retina, para a continuación llevarnos unas horas atrás y explicarnos cómo hemos llegado a ese final. Por tanto, de manera delibrada, una de las primeras decisiones que se toma desde el guión es prescindir de cualquier elemento de sorpresa sobre la resolución. Esto se debe a dos motivos; el primero y más sencillo es explicar el caos absoluto por lo que acaba aconteciendo en esa primera escena, y el segundo es una manera de indicarnos que lo importante va a ser el camino.
Y es que El papel será azul nos lleva a los últimos días del comunismo en Rumanía y a la trágica revolución sangrienta que acabó con el último gobierno soviético en Europa, único país que no vivió una transición más o menos pacífica y que en apenas días, o incluso en horas decisivas, pasó de ser una de las dictaduras más crueles a otra cosa.
Aunque no sea imprescindible entender el juego de poder y política que acontece en la obra, basta señalar que tras las manifestaciones y la posterior represión del tirano Ceaușescu, el ejército y la policía se pasarían al bando revolucionario y se enfrentarían junto a ciudadanos armados a los vestigios del poder representados sobre todo por la policía secreta (el auténtico motor del terror en el que se sustentaba en los últimos años el régimen) y el ministerio de interior. A esto hay que sumarle la milicia que, aunque de facto, pasa a ser parte del ejército, y se encuentra en una posición de incertidumbre mientras patrullan las ciudades con órdenes contradictorias.
Sin olvidar una resistencia tenaz por parte de algo a lo que se llama “terroristas”, que nunca aparece en escena y que después de más de 1.000 muertos hoy aún no queda claro quiénes eran, con varias teorías al respecto, y cuyo origen siempre apuntó a la “segunda línea del partido comunista rumano”, jugando a varios bandos y agitando el caos.
Dicho lo cual, nada de lo expuesto (demasiado) brevemente es vital para entender la historia que Muntean y sus dos colaboradores habituales en el guión, Alex Baciu y Răzvan Rădulescu, nos presentan, donde priman más las pequeñas historias de los integrantes de la patrulla.
Nuestro protagonista, Costi, es un muchacho que se encuentra en la milicia pero que desea desertar para sumarse a la revolución y a la libertad. Un idealista que choca con el resto de la prudente unidad mientras patrullan las calles de Bucarest, donde destaca su oficial, el hombre de más edad, que se muestra paternal y decidido a que él y sus muchachos puedan celebrar otra nochevieja sin meterse en fregados.
Cámara al hombro, su responsable necesita apenas unas pinceladas para perfilar a sus personajes y el caos absoluto por el que se mueven. Con una fina ironía y con cierto halo de tristeza, nos sumergimos en la noche del 22 de diciembre de 1989 siguiendo a Costi, así como el camino hacia el amargo choque de realidad que le espera a mitad de película, y a su superior, que hace todo lo posible y más para intentar salvarle el pellejo mientras, insisto, el caos de apodera de la ciudad y nadie sabe quién es amigo o enemigo.
No hay glorificación por la revolución, más bien una cierta amarga mirada irónica, donde nuestros protagonistas son pequeñas hormigas que deambulan por la oscuridad, hombres y algunas pocas mujeres, que sufren todo el daño posible debido a acontecimientos más grandes. Personas de sentimientos nobles (acabar con la peor dictadura europea lo era) que intentan seguir sus ansias de libertad por un lado, o un amor paternal intentando evitar charcos por el otro. Conociendo el espectador ya el final, lo que se consigue sobre todo es una sensación de impotencia.
El dictador Ceaușescu fue sometido a un juicio exprés y ejecutado con prisas. La segunda línea del partido comunista pasó a ser la primera línea, y para más inri, democrática de toda la vida.