La radio, ese lugar infranqueable, rodeado de gomaespuma para que el sonido no afecte a los edificios colindantes, se convierte en una especie de cárcel de pajaritos, por eso de encajar voces con demasiada personalidad en un local cerrado sin posibilidad de mirar en su interior. Alguno habrá pensado en su niñez que había gente dentro de las radios hablando sin parar, no voy a ser la única y aquí, desde el primer momento, nos desmienten esa opción: los locutores, esos protagonistas absolutos.
Radiostars, una historia de números uno, de éxito matinal y voces que reconocería todo un país, de esas con las que te levantas y te tomas tu primer café, conduces hasta tu trabajo o sirve de sustituto al insoportable “mi, mi, mi” de tu despertador. Sus micros forman parte de tu vida sin darle demasiada importancia pero su falta sería un duro golpe que no sabrías bien de donde llega. Esto es lo que pasa en una de muchas emisoras de un mismo país, y en Francia los vencedores eran los protagonistas de esta historia.
Pero empecemos desde abajo, desde un perdedor con mayúsculas que vuelve con la cabeza baja tras su intento de triunfo en Estados Unidos, un monologuista que ha perdido el amor y las ganas de seguir intentando ser alguien entre las risas americanas para meterse, sin remedio, bajo el ala de su padre. Los encuentros casuales, esos que resuelven cualquier situación, hacen que este joven sin oficio se cruce con los grandes de la radio, los números uno, los que, por qué no, tienen lugar para un guionista más. Aunque hay algo con lo que lidiar, ya pasaron, sin darse cuenta, a ser los número dos.
Cuando todos están en la misma olla, es el momento perfecto para comenzar la comedia, una que entretiene y no disgusta, que te permite pasar un buen rato a base de chistes fáciles, encuentros casuales, alguna pérdida de papeles y personajes que si no te ganan por su mediocre estilo de vida, lo harán por su potente voz. El club del desayuno está obligado a centrar su verano en una gira en la que encontrar nuevos oyentes y dejar de lado su encierro, los pajaritos deben airearse y sacar la radio a la calle.
Así, todos metidos en un autobús encontramos un puñado de hombres con sus manías apropiadas con la edad, un elenco variopinto y muy opuesto para que los encontronazos sean de lo más factibles, y lo que parecía el asentamiento de un muchacho que no sabe qué hacer con su vida se convierte en un “me importa un pito lo que le pase al fracasado número uno si el conjunto tiene más chicha que calentar”. Una gran familia que recorre pueblos de los que no han oído hablar y muestran poco a poco sus cartas. Como en toda familia, nadie conoce a nadie en realidad y convivir convierte a veces a los pajaritos en leonas en celo que buscan su lugar más destacado. Una función laboral como otra cualquiera en una película sencilla y transitoria.
Una película sobre el camino al éxito y de lo que oculta el mismo tras la apariencia, representado por aquellos que disfrutan del reconocimiento sin rostro, una película que da protagonismo a los que están detrás de los exitosos, algo más que ver sobre todos los que no están dispuestos a dar su brazo a torcer y todo ello, con un moderado humor que despierta de vez en cuando el monstruo de las risas flojas. Entretenerse es un objetivo a batir todos los días y la película lo cumple con criterio propio. Y los guionistas, que siempre estén ahí.