Planeta Tierra, año 2001. Rabiye, una inmigrante turca de primera generación que vive en Bremen, Alemania, es ruidosa, hiperactiva (su vida diaria incluye casa, lavandería, limpieza, trabajo, gimnasio, cocina sin parar, albóndigas y hamburguesas), esposa de un hombre distante o, como me gusta decir a mí, con unos huevos que se los pisa, y madre de tres hijos. Cuando el mayor de ellos, Murat, que recientemente ha mostrado más interés en la religión musulmana, es arrestado en un vuelo a Pakistán, Rabiye, como si fuese una tarea más en su agitada vida, indaga hasta enterarse de que su hijo está detenido en Guantánamo. Junto a su abogado, Bernhard Docke —un distinguido abogado especializado en los derechos humanos, pero tan reservado como exuberante es Rabiye—, está decidida a llegar hasta el presidente de los Estados Unidos para explicarle que, seguramente, las cosas no se están haciendo todo lo bien que deberían.
Inspirada en la autobiografía de Murat Kurnaz y basada en las conversaciones personales del director con la familia de Kurnaz, Andreas Dresen, autor también de la entrañable Verano en Berlín (o eso recuerdo que decían, no la he visto), aborda en Rabiye Kurnaz contra George W. Bush no sólo la figura de la madre todopoderosa, sino también la desigualdad de los ciudadanos frente a las autoridades, la distancia que hay entre estos y las intrigas políticas y los intereses del poder y la defensa de los valores democráticos a través del altruismo del amor de una madre. Con un espíritu que a veces roza la sensación del telefilm —algo que no le ha impedido ganar el premio a mejor guion en la Berlinale—, la película avanza entre el drama legal y la telenovela para contar una historia real sobre la injusticia atroz ocurrida en Guantánamo. Pero en realidad no estamos ante un drama, al menos no en el tono general de la película, ya que el poder que ejerce la personalidad de Rabiye, multicapa y pragmática, interpretada magistralmente por Meltem Kaptan (premiada también en la última Berlinale y nominada a los Premios de la Academia de Cine Europeo), ayuda a no perder la esperanza en la especie humana (dejando de lado a su marido, claro).
Mientras la cinta avanza, uno no deja de encontrarse con migas de pan en forma de preguntas razonables sobre la naturaleza del derecho, los prejuicios, la justicia en general, la importancia de ser una buena cocinera o cocinero y de tener la suficiente jeta para acercarte a quien debes, pero sin pasarte para caerles bien; en paralelo a una batalla estereotipada de David contra Goliat, más allá del vehículo de una heroína que, con un carnero asediador, siempre resurge gracias al instinto protector que no se ve afectado por el poder, la burocracia y las relaciones internacionales. En Rabiye Kurnaz contra George W. Bush también resulta interesante el fondo que subyace sobre la identidad germánica, ya que toca temas internos del país, utilizando el origen turco de su protagonista para mostrar el tratamiento de una parte de la opinión pública alemana y también del propio Estado en un momento sumamente delicado como era aquel posterior al 11 de septiembre de 2001. De hecho, a veces la propia visión mostrada por el director hace que uno se pregunte si detrás de todo lo que vemos no hay también algo de burla por su parte, a pesar de la lógica admiración hacia la protagonista por todo lo que consigue con la ayuda del abogado (formando esa extraña pareja).
Teniendo en cuenta que me esperaba una película similar en espíritu al documental Chuck Norris contra el comunismo, me llevo a casa una lección sobre no juzgar las obras por sus portadas.