El sueño recurrente.
El de Alicia a través del conejo.
El del mundo paralelo que te grita desde el otro lado del espejo.
El que no podrás alcanzar hasta despertar.
El que desaparece una vez los ojos están abiertos.
La pesadilla.
Rabbit comienza despertando de ese sueño, el de una mujer que parece forzada, desesperada, retenida sin voluntad propia. La actriz Adelaide Clemens tiene el reto de duplicarse. Ser ella misma y el sueño. Ser dos gemelas separadas que padecen, a través del citado sueño, por igual.
La película avanza rápido del sueño al drama, y del mismo modo a la acción. Una acción traducida en thriller base, donde todo gira en torno a la búsqueda y las desconfianzas que genera la misma, donde tanto los implicados como los simples transeúntes intentan forzar la oscuridad y la duda, pero se quedan en terreno baldío, en una superficie que no destaca en lo que nos cuentan. Parece que prolongar la agonía de la búsqueda sirve para mirar de frente las relaciones entre los implicados, pero aunque los sueños están ahí, no conseguimos ver la verdadera esencia de esta doble protagonista. Aún así, aquella con la que estamos directamente conectados, Maude, sí sabe transmitir en cierto modo el miedo a la pérdida, un dolor físico y mental que mantiene un fino hilo en el que se fuerza nuestro seguimiento, esa intención de mantenernos en este viaje junto a ella.
En en realidad su último tramo el que lleva al extremo la naturaleza del ser, el que proclama la dualidad del sueño, como vehículo para dominar todo aquello que supera la naturaleza.
Al fin el ‹aussie› Luke Shanahan comienza a jugar con lo fantástico, en base a un tema tan jugoso como la conexión entre gemelos idénticos, algo que marcaba desde el inicio las intenciones de Rabbit, decide transmitirnos nuevos conceptos que transforman la asertividad en obligación y la tranquilidad en melancolía, siendo el personaje de Veerle Baetens el que salva todas las interpretaciones posibles de un concepto a descubrir en su final, del que tal vez se podría haber sacado un provecho mayor y no simplemente reducirlo a un mero mensaje buscando el shock, puesto que siempre resulta fascinante tanto la intención de comprender las relaciones entre aquellos que compartieron útero como un primer paso en la vida como los que, inexplicablemente, tienen medios suficientes para mantener un lugar extraordinariamente rico, ausente de personalidad y seguro en extremo, donde la oscuridad se reproduce a plena luz del día sin que nadie, fuera de ese espacio, sepa de los frutos que manipula.
Una vez terminada, nos encontramos con varias películas enfrentadas y un mensaje compartido. Aunque parezca difícil combinarlas, es el final quien decide dar solidez a todo lo ocurrido, y los pequeños vacíos, las bolsas de aire que van quedando durante el metraje, deciden alzar el vuelo y difundir una imagen donde la naturaleza, esa que sirve para crear un camino entre la pérdida y la aceptación —o esas partes diferenciadas del film—, una rica en una vegetación idéntica, basta y extensa, absorbe toda esa dualidad y nos sorprende, comenzando un nuevo camino, que por desgracia no forma parte de Rabbit, aunque sí de la dilogía con la que se permite jugar toda su trama.
Sin duda Rabbit es una película de pequeños contenidos que consiguen marcar la diferencia. Ejemplo de ello es el que consigue unirme a la película, cuando Nerida —Veerle Baetens— canta durante una celebración, pero no pierde atención de lo que ocurre a su alrededor, cambiando levemente su rostro, pero sin descuidar el tono de lo que sus labios narran. Una belleza incontrolable para un tramo pasajero. Una de esas visiones que Alicia descubrió en su propio viaje.