Presentada en la sección oficial de la 69.ª edición del Festival de San Sebastián, donde fue galardonada con el premio a Mejor interpretación de reparto y el Premio Feroz Zinemaldia, la nueva película del director español Jonás Trueba, que se estrena este viernes, es una de las propuestas más interesantes, atrevidas y —lo que posiblemente la hace tan especial— honestas de los últimos años de cine español. Un híbrido entre documental y ficción que, durante casi cuatro horas, aborda la vida de un grupo de adolescentes a lo largo de varios años. Profundiza en sus temores, sus opiniones, sus romances, su educación… En general, muestra su vida sin que la cámara cinematográfica prácticamente llegue a interferir en ella.
Cuesta concentrar adecuadamente la cantidad de aspectos formales y conceptuales a través de los cuales “fluye” Quién lo impide. Su versatilidad para desenvolverse en diferentes dispositivos fílmicos (entrevistas, escenas de debate, momentos musicales, secuencias ficcionadas, reflexiones metacinematográficas…) es excepcional. Ahora bien, pese a que el propio Jonás Trueba se presenta ante el espectador y los personajes de la película, apareciendo incluso en muchos momentos en plano. Pese que no duda en mostrar algunos de los mecanismos que utilizará para realizar la película que estamos viendo. Pese a que no teme a entregarse al corriente de emociones irreprimibles que desprende el conjunto de su propuesta. Pese a todo esto, Quién lo impide funciona orgánicamente porque en ningún momento pretende esconder su verdadera naturaleza juvenil; es una película totalmente transparente, dispuesta a invisibilizar el efecto de la lente cinematográfica sobre sus personajes sin olvidarse que, al mismo tiempo, su mera presencia afecta inevitablemente al comportamiento de estos. Por lo tanto, la experiencia de realizar y vivir la película en la que ellos mismos son partícipes también llega a formar parte de la propia historia del filme. Los jóvenes que protagonizan la cinta no solo son actores u objetos de estudio, son la voz y los promotores del discurso principal. Quién lo impide está pensada, dirigida y montada por Jonás Trueba y, en ese sentido, él es quién tiene la última palabra. Sin embargo, en esencia, es una película que se vive como una desbordante experiencia adolescente creada por adolescentes.
Un filme multiforme, capaz de divagar, de devenir una exploración sin destino fijo que recorre distintos momentos, personas, situaciones o incluso pensamientos, pero también de fijarse hábilmente en un personaje concreto y, a partir de su retrato, elaborar una ficción que le permita adentrarse sutilmente en los instantes más maravillosos de la compleja realidad en la que habita. Véase un roce de manos en un autobús, el primer beso entre Candela y Silvio o una noche de fiesta durante las colonias de final de curso como ejemplos de algunos de los momentos en los que las dinámicas y relaciones entre los personajes quedan perfectamente representadas en pantalla. Ya sea como un constructo ficcional o como pequeños detalles extraídos sin ningún tipo de artificialidad, todas estas escenas forman parte de una cotidianidad real y forman parte de la vida de estos jóvenes.
Llega un punto, durante el primer visionado de Quién lo impide, en el que te preguntas cuál es la posición analítica que debes tomar ante una película que, sencillamente, busca aproximarte a la perspectiva del mundo de una generación determinada (¿la generación Covid?). Evitando cualquier tipo de juicio, la cinta se deja contagiar por la naturaleza vitalista y, aceptémoslo, algo simple de sus protagonistas. ¿Tiene un discurso simplista? ¿Tiene acaso discurso? ¿Importa realmente algo de lo que explica? Quién lo impide plantea una gran cuestión. La hallamos en su título y toma más fuerza que nunca justamente ahora, en tiempos pandémicos.