Antonio es el jefe de un clan de narcotráfico pero a su edad, una salud frágil lo aconseja ingresar en una residencia de ancianos. Sus hijos Toño y Kike quieren cerrar varias operaciones con la cooperación oriental por parte de una banda organizada procedente de China. Tal vez el padre y los vástagos vean de distinta forma el negocio. Pero ya es tarde para esos cambios porque Antonio comienza una nueva vida en el centro de salud, gracias a la dedicación de Mario, un enfermero veterano casado con Julia. La pareja espera su primer hijo con alegría mientras llueve fuera, como cualquier otro mes de Mayo, en la comarca de Cambados.
El nuevo largometraje dirigido por el valenciano Paco Plaza confirma su evolución como cineasta de registros más amplios, fuera del género terrorífico. En esta ocasión los márgenes genéricos se inscriben dentro del policíaco con una fuerte carga de drama. Rueda un guión escrito por el pontevedrés Juan Galiñanes junto al asturiano Jorge Guerricaechevarría. Esta muestra de diferentes procedencias de origen de los implicados en el largometraje resulta enriquecedora para la visión global del paisaje, geografía y clima gallegos que marcan el ambiente de la película, sin resultar forzada e impregnando los fotogramas de la humedad que marca el entorno, a los personajes, la luz. Con la cadencia vital de Pontevedra y alrededores. Pocas veces se ha percibido tan bien en la pantalla esa capacidad de reflejar un escenario local cubierto por el cielo gris, los árboles pétreos pero musgosos o el asfalto mojado. Todo sostenido con el rumor del viento lejano, en decorados únicos aunque permeables a otras visiones foráneas. Incluso la elección de un reparto que combina intérpretes gallegos con los de otras procedencias de la península, se acomoda en la escena, redoblando el acento impropio, en el caso de los hermanos que suponen los dos roles más desquiciados en una historia cincelada por un destino inevitable, sin trampa desde un título como es Quien a hierro mata, primera frase de un refrán muy popular que se completa en la memoria, nada más leerlo. En esta ocasión el acervo no se utiliza para una comedia como en varios films conocidos, porque la carga trágica, y fatalista de la historia impide su reverso burlesco, aunque no el vengativo que vaticina el enunciado.
El film tiene rasgos habituales en los libretos de Gerricaechevarría como son la tensa secuencia de arranque desde la mejillonera con el camello enjaulado por los hermanos, un inicio que sirve como presentación de los personajes al mismo tiempo que un enganche para el espectador. También se intuyen rasgos temáticos como el plan que orquesta el protagonista. La historia crece con la relación de ambos personajes, el enfermero y su paciente. En el caso del primero, Luis Tosar aporta matices nuevos en la mirada, gestualidad e introspección con esa naturalidad que lo sitúa en una de las cumbres de los actores contemporáneos, sin limitarnos a España solamente. Con esa capacidad de separarse de otros personajes ya recreados por él sin necesidad de una transformación física brutal. Enfrente se sitúa Xan Cejudo, un actor veterano en el teatro gallego, visto además en series de televisión o cortometrajes como Contos de Alentraia: Tornabon y O matachín. En los dos últimos compartía también un papel más o menos fraternal con Tosar. La película está dedicada al actor, fallecido a los pocos meses del rodaje, un homenaje que se podría extender a la cantera de intérpretes gallegos nacidos hacia la segunda mitad del siglo pasado, un grupo de actrices y actores que revitalizaron la escena y audiovisual de Galicia, extendiendo su trabajo más allá. Cejudo expresa con sabiduría, contención y dolor interno un papel que resume su carrera, al mismo tiempo que produce escalofríos por la inevitabilidad de su declive, logrando una química entre Antonio y Mario que engrandece el metraje compartido por ambos. Paco Plaza los observa con atención, siempre a la altura o a la esquivez de sus miradas, intuyendo sus pensamientos, respetando sus diálogos y equilibrando los interludios espectaculares con la tensión del enfrentamiento entre los dos antagonistas. María Vázquez se adueña también de la pantalla en cada una de sus apariciones, engrandeciendo un papel que tampoco se puede quedar como una mera secundaria. Tal vez las decisiones más extrañas sean esos flashbacks nerviosos, febriles, que irrumpen como latigazos y se justifican formalmente por el mono de la droga. También resulta difícil de encajar —a pesar de estar bien ejecutado— el montaje de acciones paralelas entre un parto y una muerte. Salvados estos percances la película se completa como otro ejercicio de intriga como los que han inaugurado la cartelera de final de verano de los dos últimos lustros. Sin embargo, este largo es una propuesta muy sólida desde un planteamiento adulto, sin coartadas amables que hagan perder intensidad al riesgo del argumento, profundizando en la familia, la drogodependencia o la generación perdida de los ochenta y noventa en el norte de España, a causa de esa lacra social. Con la convicción de un público atento que no necesita subrayados narrativos para seguir el hilo o falsas esperanzas que traicionen el desarrollo, salvo algunos permisos argumentales para llegar al clímax.
Una producción que acredita la buena forma de un grupo de directores, productores y otros profesionales unidos por el propósito de hacer películas solventes, dignas, pensadas para un consumo interno al tiempo que planteadas para su exportación. Un trabajo de los que conforman lo que se debería considerar industria del cine español, situada entre otro cine más enfocado a circuitos minoritarios. O al que rubrican los cineastas más encumbrados, esas estrellas que podemos contar con los dedos de una mano. Una industria que acreditan cintas como las del propio Plaza, Balagueró, Bollaín, Coixet, Vivas o Cobeaga, más o menos atractivas según la historia que cuentan, pero dignas casi siempre.