Queen of Glory es uno de esos títulos que, de alguna manera, sientan las bases para que el cine independiente americano sea catalogado más como una especie de género que como una etiqueta vinculada a cuestiones presupuestarias. Decimos esto al constatar que el film dirigido (e interpretado) por Nana Mensah funciona de forma tan impecable como intrascendente. Y es que pocos peros, por no decir ninguno, se le pueden poner a la película más allá de ser un muestrario de tópicos bienintencionados, de arquetipos de dramedia tan reconocibles como masticados.
En el fondo, por paradójico que parezca, no deja de tener cierto encanto encontrarse con esa familiaridad, con esa sensación de saber a dónde te dirige un film a cada paso, sin grandes sobresaltos, sin exhibiciones indecorosas de tragedia lacrimógena ni espacios para la comedia desmadrada. En resumen, se trata de establecer un tono de amabilidad bienpensante en la tradición del progresismo urbano liberal neoyorquino.
En este caso nos encontramos ante una obra que expone el conflicto de la desubicación, de la crisis de identidad nacional entre el lugar de nacimiento, Estados Unidos, y la tradición familiar anclada en sus orígenes ghaneses. Junto a ello no puede faltar el conflicto de incomprensión parental y un espacio para el empoderamiento femenino. Quizás esto último es lo más acertado del film al no necesitar grandes proclamas sino más bien un desarrollo orgánico donde los actos hablan más que las grandes arengas y donde la evolución psicológica de la protagonista no viene marcada por exabruptos ultra subrayados sino por la adaptación al momento y al prueba y error.
La sensación global es de conflicto controlado, de civilización por decirlo de alguna manera. Incluso en el conflicto amoroso, lateral pero significativo en ciertos momentos, no ha lugar para desatarse emocionalmente, o al menos no de forma hiperactiva. Y eso quizás es lo que echa en falta, no tanto una sobreexposición como sí un riesgo. Apostar por llevar algo más allá los límites de la exposición. Algo que se antoja necesario tanto en la temática como en su despliegue formal, en sus tonos, en su estética. Al final, más allá de ciertos insertos documentales centrados en ritos ghaneses (que por cierto tampoco dan demasiado contexto), todo fluye entre panorámicas urbanas que nos quieren poner en situación y el habitual seguimiento de la protagonista. Si acaso se pudiera valorar, a pesar de la cercanía, una cierta distancia emocional que deja capacidad para pensar y empatizar (o no) con lo sucedido.
Así pues, Queen of Glory casi podría ser presentada como la película tipo, como el producto ideal para un festival como el Americana. Algo así como el film soñado por un director en su debut. Sin aspavientos, sin tomar riesgos. Con una narración (y una narrativa acorde a ella) pulida, que va directamente a lo que quiere contar sin distraerse en demasía en cuestiones laterales. En definitiva un producto tan pulido y bien cuidado como fácilmente olvidable. Y quizás esto sea su gran debe, su incapacidad para dejar cualquier tipo de marca emocional o cinematográfica.