Es la sección de Nuevos Directores la que brinda en San Sebastián un espacio para que aquellas obras de autores con primera o segunda película, de todo pelaje y condición, puedan hacerse un nombre entre el público en un marco incomparable para ello. En el segundo día de proyecciones le tocaba el turno a Puppy Love, nueva muesca en la incipiente carrera de la joven belga Delphine Lehericey tras el drama Comme à Ostende, seleccionada en Locarno en 2007.
Puppy Love es la historia de una búsqueda: la de Diana, una adolescente de 14 años que se halla en esa franja de edad en la que oscila entre la candidez que aún irradia su mirada y los signos de creciente madurez que muestra su cuerpo. La aparición de Julia, una vecina de edad y circunstancias similares pero con una personalidad mucho más descarada, provoca que la explosión se precipite y la guíe hacia una corriente de sensaciones y afectos nuevos para ella.
Si el esbozo inicial, acompasado por la desenfadada música del dúo Soldout, es muy meritorio; no puede decirse lo mismo del planteamiento del extraño y desigual triángulo que acaban formando ambas adolescentes con el entregado padre de Diane, un correcto Vincent Perez, que termina manteniendo relaciones con Julia a pesar de su abigarrada reticencia inicial a ceder ante la insistencia de su explosión sexual. Aunque simpático y cómico, este tercer personaje llega a resentir un conjunto que, en líneas generales, funciona mejor cuando menos elementos incluye.
Pero la principal virtud de Puppy Love es su ligereza y la fresca mirada, tan lejana al paternalismo y a la compasión, que proyecta Lehericey hacia sus jóvenes personajes. Se trata de un retrato bien construido a partir de la gran interpretación que brinda una Solène Rigot que convierte la expresividad de su mirada en el principal descubrimiento de una película que plantea bien el conflicto para no terminar de desarrollarlo por completo. Aunque la última secuencia es elocuente: Diana, situada frente al resto de personajes, prosigue su búsqueda, y Lehericey no cesa de hacer lo mismo con ellos durante la hora y media de metraje.
Su naturalidad resulta infrecuente, así como la constante desnudez física de unos personajes femeninos que no superan los 15 años, que viene a subrayar el fuerte contraste existente entre sus desarrolladas anatomías y la inmadurez ante las sensaciones que experimentan. Creo que en las secuencias en las que Diana contempla atónita el acto sexual de su amiga se encuentra la esencia y lo mejor de una cinta que enfrenta la eclosión natural y activa de Julia con la forzada y pasiva de una protagonista limitada a la contemplación y el aprendizaje continuo ante su entorno. Puppy Love es una película que no podía estar mejor programada en esta sección: sin llegar a lo que, por ejemplo, consiguió el sueco Lukas Moodysson en Fucking Åmål, sí revela una habilidad para contemplar los conflictos propios de la pubertad que ya quisieran muchos autores consagrados para sí. Una capacidad que da sus primeros frutos y quizá pueda regalarnos obras mayores en un futuro.