El año pasado se estrenó en la gran pantalla argentina uno de los largometrajes más peculiares que he visto: Puan (María Alché, Benjamín Naishtat, 2023). Esta película nos trae una historia que, aunque se sitúa en el mundo de la filosofía y lo academicista, es mucho más cercana y humana de lo que uno podría esperar. A través de la música de Santiago Dolan y las imágenes capturadas por Hélène Louvart, nos situamos en una coproducción que cruza fronteras, uniendo Argentina, Italia, Brasil, Francia y Alemania en un proyecto común que nos habla sobre temas universales como la rivalidad, la amistad y la búsqueda de nuestro lugar en el mundo.
Centrada en Marcelo, un profesor de filosofía interpretado por Marcelo Subiotto, la película nos cuenta cómo su vida da un vuelco con la muerte de su mentor. Marcelo espera naturalmente ocupar el puesto que queda vacante, pero se encuentra con un obstáculo inesperado: la llegada de Rafael Sujarchuk, un colega carismático y brillante, interpretado por Leonardo Sbaraglia, que regresa de Alemania con el mismo objetivo.
Lo que sigue es una competencia entre dos hombres muy diferentes, no solo en sus métodos de enseñanza, sino en su manera de ver la vida. Pero, en el fondo, esta es una historia sobre personas reales, con sus pequeñas luchas y sus grandes preguntas. A través de sus desencuentros y diálogos, se nos invita a reflexionar sobre qué entraña realmente ser exitoso y cómo encontramos significado en nuestras vidas.
La película sobresale al mostrarnos cómo, a pesar de estar ambientada en el ambiente intelectual de una facultad de filosofía, las emociones y conflictos que vive Marcelo son muy parecidos a los que cualquiera puede enfrentar. Todos tenemos nuestros propios “Rafaels” con los que competir, nuestras propias batallas internas por ganar y nuestras propias expectativas por superar.
Con una banda sonora que acompaña perfectamente cada momento y una fotografía que nos hace sentir como si estuviéramos paseando por los pasillos de la facultad, la película logra ser profunda sin ser pretenciosa. Nos muestra la vida académica, sí, pero también nos habla de la vida misma, con sus altibajos, sus alegrías y sus tristezas. Tanto una como otra son meramente el reflejo de la cotidianidad, con un tono burlesco casi intrínseco al vivir.
Al final, lo que queda es la imagen de Marcelo, alguien que, a pesar de sus esfuerzos, se enfrenta a la realidad, a una la vida que no siempre sale como la planeamos. Y en esa cotidianidad, en esas pequeñas derrotas y victorias, es donde realmente se encuentra lo que somos. Puan nos deja con una sensación de empatía hacia Marcelo, recordándonos que, en algún punto, todos compartimos esa búsqueda por entender quiénes somos y qué lugar ocupamos en este mundo. Que todos estamos, citando quizás a Benedetti, resumiendo, «jodidos y radiantes», quizá más lo primero que lo segundo y también viceversa.