Acto I: Aparece en pantalla la cara de Larry Fessenden. Es grande, es gris. Nos habla directamente, se ríe. Su muerte es algo inminente y será el legado de una noche inspirada por el infierno. Esto es solo una personificación del mal, una más, pero concreta, donde no hay inicio ni fin, solo psicopatías no diagnosticadas. Ah, y mucho trabajo de campo.
Mickey Keating no tiene miedo a lo estético y lo demuestra en cada una de sus películas. Como si de uno de esos cuentos episódicos de Halloween se tratara —hay una voz en off oportunista, personajes que se van cruzando para alimentar sus propias historias, y por supuesto, muertes truculentas—, Psychopaths obtiene siempre el resultado a partir del caos, buscando precisamente el exceso de preciosismo, envolviendo la violencia en papel de regalo, y consiguiendo que todo ello no chirríe en absoluto.
La premisa es sencilla, un psicópata muere y durante esa noche la maldad emerge en una serie de variopintos personajes. Hay provocación, hay anarquía.
De aquí pasamos a los recursos de imagen. No duda en partir pantallas para no perder detalle, apartar la mirada para jugar al fuera de campo, o incluso rotar la cámara 360º para que perdamos la orientación de los sucesos. Y aunque suene a batiburrillo, toda esta colección de movimientos casa con cada una de las historias, al permitirse manejar personajes muy dispares entre sí, eclécticos, sorprendentes.
Cada uno de ellos tiene su momento de gloria, porque Mickey Keating no se conforma con la construcción lineal de cada protagonista, son retales que crean una imagen inmediata y totalmente demencial. No duda en enfrentarnos a su mirada en primeros planos en los que se dirigen directamente a cámara, u ocultar su rostro manteniendo la misma siempre a sus espaldas, tanto como el uso de máscaras para esconder su verdadera esencia —un mero reflejo de ese mal que todos escondemos referenciado a partir de la incógnita de la careta—.
Al contrario de Darling, aquí el color es un personaje más, todo es brillante, plástico, saturado. Todo, hasta el mismo color, es un exceso, siempre en contrapunto con el mal inicial, grisáceo e incómodo.
Más allá del homenaje o la reiteración, Psychopaths se aprovecha de la historia para emanciparse de la realidad, ¿o acaso una noche de psicópatas no es perfecta para experimentar? El hombre (y mujer) que llega a un límite instantáneo que no se debe sobrepasar bajo ninguna circunstancia, que carece de explicación o voluntad, que simplemente desata instintos parciales que destruyen la cordialidad. O lo que es lo mismo, la inquina toma el poder y siempre hay alguien que muere salvajemente. Porque motivo, no da.
Psychopaths es tan vibrante como brillante, y a la segunda palabra le aplico todos sus significados. Es capaz de mostrarnos el dolor en primer plano y pasar después al sentimiento artístico cantando, bailando, rebosando purpurina. Y es que la pluralidad es el arma secreta de Keating, al emplear distintas personalidades puede estilizar al máximo sus distintos tipos de acción.
No hay significado, moraleja o estudio del comportamiento humano. Psychopaths y sus múltiples direcciones que no llevan a nada son una exploración artística y nauseabundamente bella del asesino fortuito, del director enajenado, de lo explícitamente exquisito. Muy digno y apabullante. Imprescindible.