Benditos hijos de los ochenta que nos traerán de vuelta lo más divertido del cine de terror. El ‹boom› inabarcable del cine creado por fanáticos y cinéfagos del terror de antaño no deja de crecer, y vamos a catalogar a Steven Kostanski como “uno de los nuestros”. Ya que lo podemos meter dentro de un saco con otros tantos cineastas que beben las mieles de la nostalgia, no vamos a perder el tiempo hablando de si vivimos una época de constantes homenajes aceptando que ya está todo inventado, o se trata de un simple aprovechamiento de lo que ya se sabe que funciona y gusta para darle ese pequeño toque de gracia personal y aceptar que todos ganamos. La máquina desequilibrada del cine no siempre va a favor del futuro, a veces solo importan los fuegos artificiales.
Steven Kostanski, al que anteriormente vivimos en Sitges con The Void (en aquella ocasión junto a Jeremy Gillespie), ya suscitó este debate en el que no hay forma de ponerse de acuerdo, y si vuelve a mirar atrás será porque lo divertido también puede llenar cines. No nos engañemos, Psycho Goreman es la película definitiva (vale, solo es una más) con la que aplaudir muertes, desmembramientos y supuraciones mientras reímos de las tontas ocurrencias de sus protagonistas.
Porque la premisa tiene chicha para sorprendernos y hacernos gracia pero acaba, como siempre, en una mezcolanza en la que es más fácil encontrar parecidos razonables que recuerdos inolvidables. Una niña belicosa y su paciente escudero (y hermano) con el que los golpes y las vejaciones en tono infantil están a la orden del día, encuentran la forma de apoderarse de un ser del espacio exterior más malvado que el mismísimo diablo. Imaginemos: una niña con coletas y actitud de puñetera ama del mundo, consigue agenciarse como mascota el peor de los males de este universo y los colindantes. Hagan sus apuestas.
Así aparece una especie de La banda del patio más variopinta que la de los dionde la niña magnífica-intragable, el niño que ata cabos para encontrar su propia voz, el monstruo sanguinario y los “oh-oh” que se van encontrando por el camino dan pie a una diversión pasajera y espeluznante a partes iguales. Batallas dignas de los Power Rangers, frases ingeniosas, pequeñas puyitas familiarmente heteropatriarcales y efectos especiales de los que más se disfrutan: los de cartón-piedra, látex y fluidos coloristas. ¿Para qué vamos a exigir más?
Psycho Goreman es el homenaje sobre el homenaje, surgiendo a partir de ahí una película puramente consumista sin dejar de lado el mimo por el detalle visual, donde no se entiende el terror como tal sin ese punto de tomadura de pelo manufacturada que es su guion. Lo bueno es que la canallería que se impone al descubrir que las sorpresas son una mezcolanza de historias ya más que vistas está más que justificada. Es un bloc de notas lleno de apuntes de escenas molonas vistas en otras películas que, todas juntas, más que un ataque excesivo de información se transforma en una fiesta colorista.
Y sí, Mimi y su repelencia ‹cool› es vital. No deberían existir los malvados definitivos si no pueden estar dominados por niñas que se pasan de listas.